Antes de partir, el Maestro pronunció estas palabras,
desconcertantes para sus discípulos: “No os dejaré huérfanos; vendré a
vosotros. / Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me
veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis.” (San Juan 14:18,19)
Los tres años que Pedro, Santiago, Juan y los demás, dejaron
todo para seguirle, creó en ellos un profundo vínculo. Él era el guía que les
enseñaba verdades jamás antes escuchadas, les mostraba un mundo espiritual
nuevo y lo hacía con demostraciones de poder sobrenatural. ¿Qué harían si él les dejaba? Se había
constituido para ellos en un verdadero padre espiritual.
Por eso les dijo que no los dejaría huérfanos. Iba a
volver, vendría otra vez a ellos. Se marcharía y el mundo ya no le vería. Pero
su promesa fue que ellos, sus discípulos, sí le verían. Jesús cumplió su
promesa cuando en la mañana de la resurrección, María Magdalena lo encontró cerca
de la tumba vacía y, llena de emoción y amor por su maestro, habló con él.
Los Evangelios
cuentan que durante cuarenta días estuvo enseñándoles las cosas del reino de
Dios. Ellos, sus hermanos, su madre y cierta cantidad de discípulos pudieron
verle, mas no los incrédulos. Su vida había sido transformada, una metamorfosis
maravillosa se había operado después de su muerte y resurrección. El volvió
para dar a sus discípulos una nueva vida.
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