La desconfianza se origina en el
temor. Desconfiamos de alguien cuando no le conocemos o cuando ya hemos sufrido
actitudes negativas de esa persona y no creemos en su cambio. Lo contrario de
la desconfianza es la confianza, la credibilidad. Nos fiamos de alguien porque
esa persona proyecta una sensación positiva que no consideramos amenazante.
Surge la desconfianza cuando
desconocemos los motivos del otro. Tal vez quiera engañarnos, robarnos,
perjudicarnos de alguna manera. Entonces ese desconocimiento por parte nuestra
origina temor. No conocer los motivos de los demás, permanecer ignorante de sus
pensamientos y creencias, no saber de dónde procede alguien, genera
desconfianza.
En filosofía de vida, creencias,
religión, posición política, es frecuente la desconfianza. Esto es porque
tenemos miedo a ser invadidos intelectual o espiritualmente por el que piensa distinto. Tal actitud acusa
cierta debilidad en las convicciones ya que quien está seguro de lo que cree no
debería tener temor a ser convencido de otra cosa. Pero también revela
intolerancia y falta de amor.
Necesitamos ser libres de la desconfianza y tener un espíritu
abierto para recibir y aceptar al otro con sus propios pensamientos y filosofía
de vida, aunque no coincidamos con ellos. “En el amor no hay temor, sino que el
perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De
donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.” (1 Juan 4:18)
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