Es una palabra que no nos agrada, la hemos sacado de
nuestro vocabulario habitual, la reemplazamos por otras más a nuestra medida,
que no nos afecte demasiado y nos permita seguir viviendo como lo hacemos, una
palabra que no nos cuestione. Incluso desearíamos sacarla del diccionario, tal
vez finalmente se logre argumentándose que va contra nuestras libertades
individuales. Pero cómo sea que actuemos o pensemos, esa palabra seguirá allí,
en nuestra conciencia, porque esa palabra de seis letras significa mucho para
nuestro Creador.
Es la palabra “pecado”. El diccionario español la
define como “Transgresión voluntaria de
preceptos religiosos” y la Biblia dice que “el pecado es infracción de la
ley” (1 Juan 3:4).
Se refiere a la ley de Dios, a lo que Dios espera del ser humano. Recuerde que
la ley de Dios se resume en la palabra amor. Por lo tanto, cuando no hacemos lo
que nuestro Creador espera de nosotros estamos pecando. En ese caso somos como
vehículos con los frenos malos o con la caja de cambios averiada, que no puede
responder a los deseos del conductor.
Todos pecamos, por tanto somos “pecadores”. A veces
pecamos por error, otras por desconocimiento, o porque no sabemos contenernos,
porque nos falta voluntad frente a las tentaciones, o sencillamente porque se
nos da la gana. Para saber si algo es pecado no es necesario adquirir demasiado
conocimiento religioso; basta con preguntarse ¿Ofende esto a Dios? La respuesta
será muy clara en su conciencia y usted sabrá de inmediato si eso es pecado. Ahora
le quedará a usted la responsabilidad de decidir hacerlo o no.
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