La insatisfacción frente a la vida, la depresión, el
sentimiento de profunda soledad, las culpas, los traumas arrastrados desde la
infancia y la juventud, el desagrado por las relaciones familiares o laborales,
la crisis existencial, en fin los sentimientos de infelicidad, pueden ser enfocados
como un problema de origen externo a la persona o como un problema interno. Así
también la búsqueda de soluciones se dirigirá al exterior o al interior dependiendo
del enfoque personal y su madurez espiritual.
Quien piensa que todos sus problemas son por causas
externas, dice: Mis padres provocaron este daño en mí; la sociedad produce
estragos en la vida de las personas; el diablo me ataca y me tienta a hacer lo
malo; la responsabilidad de todos mis sufrimientos la tienen los demás, yo soy
una víctima. Así piensa un niño espiritual.
En cambio las personas espiritualmente maduras
analizan este tipo de problemas como un asunto personal que cada individuo debe
enfrentar por sí mismo, sin culpar a otros de ellos. Saben que estamos dormidos
en nuestras conciencias y necesitamos despertar, que estamos muertos espiritualmente
y necesitamos vivir o resucitar a una realidad superior, que debemos aprender a
solucionar nuestra problemática personal avanzando hacia otro nivel de conciencia.
Jesús habla de un nuevo nacimiento espiritual: “De
cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no
puede entrar en el reino de Dios.” (San Juan 3:5)
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