La vergüenza es una cadena que
llevan muchas personas desde su infancia. Tal vez es producto del trato
autoritario de sus padres y el menoscabo por conductas consideradas inadecuadas
o inaceptables socialmente. Avergonzarse del cuerpo, de la voz, del vestuario,
la estatura, un defecto, la identidad sexual, la situación socio-económica, por
ser de una etnia, etc. hace que la persona se esconda de los demás, niegue lo
que es, no se acepte a sí misma y desee vivir una impostura. Nada más trágico
que fingir lo que no se es para cubrir el dolor del rechazo.
Cristo, el sanador, ha venido para
liberarnos del trauma de la vergüenza y enseñarnos a aceptarnos tal como somos.
El que se autodefine con un “Yo soy la luz del mundo” y no tiene ninguna duda
sobre ello, nos sugiere que nosotros también podemos decir “yo soy”. Mientras no
nos aceptemos en nuestra esencia de seres diversos y únicos, con
características y dones propios, no podremos ser liberados de la vergüenza.
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