Los esposos se aman cuidándose mutuamente.
Ambos procuran la felicidad del otro. Conociendo el amor que se profesan,
confían en su fidelidad. No hay desconfianza en su relación porque se conocen y
saben que son amados. Su relación no se basa en leyes ni obligaciones sino en
el sentimiento profundo que se profesan. No necesitan levantar prohibiciones
entre ellos sino que se dejan en libertad de acción. El criterio de cada uno,
basado en el respeto y la delicadeza, conduce las decisiones de los esposos.
Cuando hay confianza hay libertad. Si
tengo confianza en el amor de mi esposo o esposa, le dejo libre; si confío en la
madurez de mis hijos, les doy libertad; si confío en la sinceridad de mi amigo,
me relaciono con él en libertad.
Del mismo modo procede Dios con
nosotros. Confía en nuestra entrega y nos deja libres. Él no quiere que oremos
por obligación, sino por un verdadero amor y necesidad de estar con Él. No quiere
que estemos en una comunidad cristiana por temor a su castigo, sino por el
deseo de crecer. Tampoco desea que sirvamos al prójimo porque lo exige en la
Biblia, sino porque el espíritu nos inclina a ello. Dios a nadie obliga, él
atrae con su amor misericordioso.
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