domingo, 27 de septiembre de 2015

GENTILES CONVERTIDOS

 
 
Cuando era un recién convertido y tenía apenas 21 años, no comprendía el significado de muchas palabras de la Biblia. Tal vez porque las traducciones que se utilizaba en aquellos años usaban un lenguaje anacrónico o porque me faltaba formación doctrinal, no entendía términos como gracia, pacto, circuncisión, etc. Pero una de las palabras que me llamaba la atención era “gentiles”. La asociaba a gentileza o amabilidad. Luego comprendí que se refería a los no judíos; más tarde me enteré que era similar a decir “gentes”. Por eso es importante tener traducciones bíblicas populares, en un lenguaje corriente, para principiantes. Cuando ellos tengan una formación básica, podrán familiarizarse con traducciones más precisas.

Hablando acerca de judíos y gentiles, el apóstol Pablo escribe: “Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos.” (Romanos 11:11-24) El hecho de que los judíos rechazaran a Jesús como Mesías fue un tropiezo del pueblo de Dios, pero no una caída definitiva. Gracias a ese rechazo de ellos, los gentiles tuvieron la oportunidad de conocer la fe en Jesucristo y salvar sus almas. Cuando los apóstoles predicaron a los judíos el Evangelio de Jesús, experimentaron el rechazo de muchos; entonces se volvieron a los gentiles. En esta misión destaca el apóstol Pablo.
Los gentiles eran considerados por los judíos personas sin una ley moral, principalmente sin la Ley de Dios dada por Dios a Moisés: “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos” (Romanos 2:14)

San Pablo comprendió con mayor claridad que los Once, que Dios tiene autoridad y misericordia sobre todo ser humano y no tan sólo sobre los judíos: “¿Es Dios solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente, también de los gentiles.” (Romanos 3:29)
En el Antiguo Testamento, los gentiles eran despreciados y tratados de “incircuncisos” debido a que los judíos circuncidaban su prepucio, desde los tiempos de Abraham, como señal de que eran propiedad de Dios: “Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne.” (Efesios 2:11) En el Nuevo Testamento los gentiles convertidos al Cristianismo llevan como señal en su carne el bautismo y en su espíritu el Espíritu Santo, ambas señales invisibles para el mundo pero visibles para Dios.

sábado, 15 de agosto de 2015

PALABRAS HUMANAS, PALABRAS DIVINAS.


 
¿Qué dice la Biblia acerca de las palabras? Génesis 11:1 es el primer texto bíblico en que se lee el término “palabra”. Ocurre esta palabra 1.227 veces en la Escritura. El texto narra la historia de La torre de Babel y dice:  

“Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras. / Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar, y se establecieron allí. / Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. / Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra. / Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres. / Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. / Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero. / Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. / Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra.” (Génesis 11:1-9)
Dice la Biblia que hubo un tiempo en que en la tierra había una sola lengua. Esto es concordante con el relato de la creación de una primera pareja humana y el desarrollo de sus generaciones posteriores en diversas familias y tribus multiplicándose y construyendo ciudades, hasta llegar a los tiempos de Noé y el diluvio. La historia primitiva narrada en el Libro de Génesis abarca cuatro acontecimientos: [1] Creación de la raza humana, [2] Caída de la raza humana, [3] Diluvio sobre la raza humana y [4] Dispersión de la raza humana. 

UN GRAN PROYECTO
Según la Biblia, los descendientes de Noé hablaban el mismo idioma. Llegaron para establecerse en la tierra de Sinar, llanura aluvial situada en el valle formado por el río Tigris y el Éufrates, es decir la Mesopotamia.
Allí comenzaron a construir con ladrillos de barro cocido en vez de piedras, uniéndolos con asfalto, también denominado betún, que es un material viscoso, pegajoso y de color negro. El asfalto es una sustancia que constituye la fracción más pesada del petróleo crudo. Se encuentra a veces en grandes depósitos naturales, como en el mar Muerto y en la cuenca del río Jordán, por lo que también se ha llamado betún de Judea.
Decidieron edificar una ciudad con una alta torre, con la intención de llegar al cielo. Querían hacerse famosos con esta proeza arquitectónica. La vanidad los motivó a hacer tal construcción que pretendía tocar el cielo. Hoy lo llamaríamos “rascacielos”. Ellos sabían que corrían el riesgo de ser esparcidos sobre la faz de toda la tierra y, para no pasar desapercibidos ni quedar en el olvido, quisieron hacerse de un nombre. La egolatría o amor hacia sí mismos los hizo tomar esta oscura determinación.
Aquí cabe reflexionar en cuáles son nuestras motivaciones de lo que hacemos, creamos o construimos. Se puede construir algo motivado por el deseo de fama o bien como una forma de sustento o para servir a la sociedad. Es importante conocer las verdaderas razones que nos mueven a hacer nuestras obras.
Viendo esto Dios, que conoce lo profundo del corazón humano, dijo: “He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer.” Con la finalidad de impedir la construcción de la torre de Babel, dio a cada constructor un idioma distinto para que no se entendieran, se confundieran y les fuera imposible ponerse de acuerdo en la obra que levantaban.
Para hacer una obra unidos, un grupo de personas debe “hablar el mismo idioma”. No podemos formar equipo si no nos ponemos de acuerdo en los conceptos y en los propósitos que perseguimos. Este principio es aplicable a cualquier obra, sea ésta social, artística, política o religiosa.
Otro aspecto debemos considerar también: Dios nos ve, Él está presente y conoce nuestras motivaciones. No nos apoyará si lo que nos mueve es la vanidad, el orgullo, la envidia, la ambición o cualquier otro sentimiento negativo. Quien apoyará estas decisiones será otro, su enemigo, el diablo.
Resultado de la confusión de las lenguas en Babel, fue que esos hombres dejaran de construir su vanidosa obra, se agruparan de acuerdo a sus idiomas y se esparcieran por toda la tierra. A veces el Señor permite que Sus hijos no se entiendan, para esparcir Su Verdad en distintos lugares y ámbitos. Ejemplo de ello es el desacuerdo que hubo entre Pablo y Bernabé antes de su segundo viaje misionero, por causa del bajo compromiso de Juan Marcos: “Y hubo tal desacuerdo entre ellos, que se separaron el uno del otro; Bernabé, tomando a Marcos, navegó a Chipre, / y Pablo, escogiendo a Silas, salió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor / y pasó por Siria y Cilicia, confirmando a las iglesias.” (Hechos 15:39-41 

CONFUSIÓN Y LENGUAJE HUMANO.
Babel deriva del verbo hebreo balbál que significa “confundir”. Es el nombre hebreo bíblico por el que se conoce a la ciudad mesopotámica de Babilonia. Fue fundada por Nemrod, de quien dice la Biblia: “Y Cus engendró a Nimrod, quien llegó a ser el primer poderoso en la tierra. / Este fue vigoroso cazador delante de Jehová; por lo cual se dice: Así como Nimrod, vigoroso cazador delante de Jehová. / Y fue el comienzo de su reino Babel, Erec, Acad y Calne, en la tierra de Sinar. / De esta tierra salió para Asiria, y edificó Nínive, Rehobot, Cala, / y Resén entre Nínive y Cala, la cual es ciudad grande.” (Génesis 10:8-12)
El lenguaje, la capacidad de comunicarnos con fineza de detalles, de tener palabras para poder comunicar nuestros pensamientos, deseos, sentimientos, miedos, alegrías, fantasías, etc. es una gran bendición de Dios. Es una capacidad que no tienen los animales, aunque sí poseen formas de comunicación básica. El lenguaje es reflejo del pensamiento, un don divino. Él piensa y habla; por el poder de Su Palabra creó todas las cosas: “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.” (Génesis 1:3) Si no tuviéramos lenguaje no tendríamos comunicación oral; tal vez sería sólo gestual, pero ese tipo de comunicación, como la lengua de señas de las personas sordas, no es tan completo como el oral.
Sin lenguaje todo sería una gran confusión. Ésta es definida como falta de orden o de claridad cuando hay muchas personas o cosas juntas. También se llama “confusión” a un error o equivocación causados por entender, utilizar o tomar una cosa por otra. Gracias a Dios tenemos el lenguaje, pero debido a la vanidad humana recibimos la confusión de Babel. Hoy día, en un mundo global, necesitamos conocer otros idiomas para entendernos con el resto del mundo. El Apóstol señala: “Así también vosotros, si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire. / Tantas clases de idiomas hay, seguramente, en el mundo, y ninguno de ellos carece de significado. / Pero si yo ignoro el valor de las palabras, seré como extranjero para el que habla, y el que habla será como extranjero para mí.” (1 Corintios 14:9-11) 

PALABRAS QUE ILUMINAN.
Siglos después de Babel, sucedió algo extraordinario en Jerusalén, luego de la ascensión de Jesucristo: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. / Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; / y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. / Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. / Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. / Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua.” (Hechos 2:1-6)
Si en Babel, por causa del pecado humano, fueron confundidas las lenguas para detener el pecado; en Pentecostés fueron confundidas las lenguas para que todos pudieran escuchar el mensaje de Dios en su propio idioma y así vencer el pecado. Hoy nadie puede aducir desconocimiento de la Palabra de Dios por desconocer el hebreo, arameo y griego en que está escrito el original. Tampoco puede decir que no puede leerla pues está escrita en latín. Hay biblias en todos los idiomas, incluso en lenguaje popular fácil de entender, también hay en paráfrasis o explicadas, como también una gran variedad de biblias anotadas, es decir con muchas explicaciones a pie de página. Toda persona con un mínimo de cultura debe conocer y leer la Biblia, incluso los ateos, para que fundamenten sus argumentos. No puedo decir que no creo en algo que ni siquiera he investigado.
Aquí hay otro punto interesante sobre las “palabras”: Dios también las tiene para nosotros. Los que oran o rezan se comunican con Dios de ese modo y Él les habla a sus mentes con palabras que oyen interiormente en forma de pensamientos, pero también Dios se comunica con ellos por medio de La Biblia, que es Su Palabra escrita. Siendo Él nuestro Creador hizo que el ser humano inventara la escritura y así pudiera dejar un registro de Su voluntad y mandamientos, Su intervención en la historia humana y el modo en que podemos acceder a la salvación eterna.
Si usted lee la Biblia, especialmente los Evangelios, podrá enterarse de la vida del Salvador, Jesús de Nazaret; Sus maravillosas enseñanzas y lo que Él hizo por usted en la cruz del Calvario, en Jerusalén; como venció a Satanás, enemigo mortal del hombre, resucitando de entre los muertos para ascender al cielo y constituirse en Señor del Universo. Le invito a leer directamente las palabras pronunciadas por Él, que quedaron registradas por quienes le conocieron o escucharon de ellos, los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Y, a propósito de “palabras”, escuche lo que dijo el Maestro acerca de ellas:
“El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.” (San Juan 6:63)

miércoles, 27 de mayo de 2015

NO MÁS SACRIFICIOS.


 
Sea de la cultura que sean, siempre los seres humanos han buscado la forma de relacionarse con lo desconocido, aquello que está más allá de su comprensión. Uno de los más grandes misterios es la muerte; nadie sabe con seguridad qué hay más allá, pues ninguno regresó de la tumba. Las creencias, la magia y la religión intentan explicar estos misterios.
Los desastres naturales, las enfermedades catastróficas, la demencia, las calamidades y la muerte, nos enfrentan al dolor y al miedo. Entonces responsabilizamos de todo ello a Dios o a los dioses o entidades sobrenaturales, según sea la creencia y herencia cultural a que pertenezcamos. De allí nace el deseo de aplacar la ira de esa instancia superior y surge todo tipo de acciones rituales que, casi siempre, están teñidas de sangre: sacrificios de animales y sacrificios humanos.
Los más “civilizados” ya no hacemos tales tipos de sacrificios pero sí sometemos a sacrificio nuestros cuerpos en mandas y procesiones; sacrificamos nuestra economía con ofrendas en dinero y objetos; sacrificamos la propia personalidad, intentando ser lo que no somos; etc. Por medio de estos sacrificios queremos amigarnos con Dios, que Él nos acepte, para dejar de sufrir. ¡Cuán equivocados estamos en nuestra concepción del Padre!
No es la intención de Dios castigar, matar, enfermar ni hacer sufrir a los humanos. Si esto sucede es porque su creación ha sido contaminada por una fuerza opuesta. Él es un Dios justo y desea que nosotros también lo seamos. Para ello no necesitamos hacer ninguna acción heroica ni sacrificio alguno. Él mismo se ha sacrificado por nosotros, para mostrarnos, desde nuestra lógica humana, cuánto nos ama. El Cristo entregó su vida en la cruz por cada mujer y hombre, para que ya nadie necesitara hacer sacrificios para agradarle. Creamos en su Hijo, mensajero de amor, y seremos justificados.

sábado, 23 de mayo de 2015

LA FE DE ABRAHAM.

 
El apóstol Pablo afirma que “Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia.” (Gálatas 3:6) Es decir que el patriarca, quien vivió en Ur de los caldeos hace 4.000 años atrás, no necesitó hacer nada especial para Dios, sino tan sólo creer en Él. Desde nuestra perspectiva del siglo XXI nos es bastante difícil comprender esto ya que siempre valoramos el hacer, el esfuerzo, el trabajo y sobre todo esa relación comercial que tenemos con las cosas, de pagar para adquirir, una relación que lamentablemente aplicamos también a Dios.

Pero al Creador no se le puede comprar ni vender, Él es insobornable. Ni siquiera con alabanzas y diezmos podemos comprar su corazón. Además no es necesario, ya que como creación suya, nos ama. Pero hay algo que acerca al ser humano de un modo especial al Señor de la vida, y eso se llama fe.
Para comprenderlo mejor debemos ubicarnos en la época de Abraham en que imperaban la magia, la superstición y las religiones politeístas. No había monoteísmo y toda adoración a dioses debía concretarse en una representación o ídolo. Una fe sin iconos era impensable. De modo que cuando Abraham dijo que conversaba con Dios, sus compatriotas le pidieron que les mostrara ese dios y él no tenía estatuilla alguna para mostrar. A Abraham le bastó con escuchar en su interior a Dios. Su relación con Él fue exclusivamente por fe, sin necesidad de nada concreto para adorarle.
El ser humano, en Abraham, dio un gran paso en su concepto de la Divinidad. Dios ahora era un Ser superior que no necesitaba una representación. Esa fe es la más grande revelación espiritual que le ha sido dada al ser humano, algo que veinte siglos más tarde, Jesucristo confirmaría con estas palabras: “la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. / Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (San Juan 4:23,24) Esa fe tuvo Abraham, una fe absolutamente espiritual y pura, sin mancha de dudas; no se trató de una fe que él creara sino que le fue otorgada por Dios; tal fe le fue contada por justicia.
Por eso se llama a Abraham “el padre de la fe” y toda persona que se relaciona con Dios basándose sólo en la fe y no en obras humanas, viene a ser un hijo espiritual de Abraham. Como dice el apóstol: “Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham.” (Gálatas 3:7)
 

jueves, 7 de mayo de 2015

UNA LIBERTAD RESPONSABLE.


 
G. Bernard Shaw escribió “La libertad supone responsabilidad. Por esto, la mayor parte de los hombres la temen tanto”. Preferimos que otro nos diga lo que tenemos que hacer, que guíe nuestras decisiones, que nos enseñe las respuestas aceptables y así nos sentiremos seguros de no errar; además, si no obtenemos el resultado esperado, podremos culpar a otro de ese acto fallido, el que nos ordenó o sugirió hacerlo. Por ese camino nunca tomaremos la responsabilidad de nuestros actos.
La madurez implica desatarme de la guía y el juicio de los padres, de los mayores o de los líderes autoritarios, para ser libre. Pero esa libertad, para que sea provechosa, requiere de ciertas conductas. Si voy a montar un caballo, primero debo domarlo y luego saber manejar muy bien las riendas, para que vaya donde yo ordene y no me conduzca al despeñadero. La libertad es como una bestia salvaje que hay que saber dominar. Dos bridas nos permitirán hacerlo: compromiso y responsabilidad.
El compromiso conmigo mismo, con mi propia persona, para conducirla por el camino indicado a la misión de mi vida; para procurar su desarrollo permanente tanto en los planos material como espiritual; para jamás darme por vencido y enfrentar todos los desafíos que la vida me plantee; el compromiso de ser fiel a mí mismo y no auto engañarme siguiendo desvíos fáciles cuando el sendero se me haga demasiado áspero. El hombre y la mujer libres no claudican a su destino porque están comprometidos con su esencia.
La responsabilidad es la otra rienda que necesitamos tomar firmemente para no caer del caballo de la libertad. Somos responsables de nuestras determinaciones y las consecuencias de ellas. No podemos culpar a otros de nuestros errores, condiciones materiales, sociales o espirituales; no podemos culpar al sistema económico, político o religioso en que vivimos. Es muy fácil hacerlo y no asumir la responsabilidad de nuestros actos. No hacerlo nos achata y no trae crecimiento sino inmovilidad y muerte. Es imperioso que tomemos completa responsabilidad de nuestro ser y, con seriedad, reflexionemos y tracemos nuestro camino.
Compromiso y responsabilidad ejerció el Maestro en su misión redentora. Sus “Yo soy” no retratan a un ser egocéntrico sino a uno que es dueño de sí mismo y sabe quién es, para qué está aquí y hacia dónde va. “Yo soy el buen pastor” dijo; “Yo he venido para que tengan vida”, se refería a la vida superior; “Yo voy a preparar morada” en los cielos. En su destino no culpó a sus torturadores sino que rogó por su perdón: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen...” (San Lucas 23:34) Tampoco responsabilizó a otros sino que dijo yo pongo mi vida, para volverla a tomar. / Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo” (San Juan 10:17,18)

viernes, 24 de abril de 2015

LA BÚSQUEDA.


 
Toda persona busca de algún modo a Dios, una explicación de la vida y también de la muerte, el hecho más enigmático y violento de la existencia humana. La cultura popular, la magia y la ilusión del niño dan respuestas que no son del todo satisfactorias; la ciencia sale al paso y nos llena de dudas e hipótesis de lo que podría ser la verdad; entonces aparece la religión y sus certezas, razones aceptables sólo con un corazón lleno de fe.
Desde cierto punto de vista, la historia del Hombre es un relato de la búsqueda que él hace de Dios. Le busca en los cielos, en la profundidad de las cavernas, dentro de sí, en árboles y animales. Enciende fogatas por las noches y le danza, le canta, le hace sacrificios. Construye templos para el o los dioses que cree hallar. No hay ser más religioso que el humano. Aún, en esta era en que viaja a la luna y otros planetas, buscamos a Dios más allá de nuestras fronteras.
Esta búsqueda de Dios no es un capricho humano, sino que obedece a una carencia, a un vacío interno, a una pieza que nos falta del gran puzle del universo y la vida. Es la respuesta que ansiamos alcanzar, la contestación a una pregunta que nos ha perseguido desde los albores de la Historia: descubrir el sentido de la existencia, para qué estamos aquí, quiénes somos y hacia dónde vamos. Sólo el Creador puede responderla.
Él sembró en el alma del Hombre esa disposición a buscar e investigar, hasta encontrar la Verdad. No es una búsqueda vana, sino la más trascendente de todas las inquietudes humanas. Dios quiso que le buscásemos incesantemente, que nuestro espíritu clamara por Él y no descansáramos hasta encontrarlo y saciar por completo y definitivamente nuestra hambre y sed de infinito.

lunes, 13 de abril de 2015

UNA ÉTICA DE LA LIBERTAD.


 
El Señor, en griego Kyrios, que significa que es el dueño del universo, es el Espíritu creativo y sustentador del todo. Señor y Espíritu son una misma entidad. Donde Él se encuentre, allí habrá libertad ¡bendita palabra! ¿Cómo será posible que el poder que ordena y organiza el cosmos propicie la libertad?
Para los humanos es incomprensible que una autoridad fuerte sea a la vez amante de la libertad, porque nuestro pensamiento es que ambos conceptos no se llevan bien. Creemos que la libertad es ausencia de normas. Sin embargo en la naturaleza vemos actuar lo contrario. El Creador diseñó la genética de las rosas y ellas se desarrollan en multiplicidad de formas, tamaños y colores. Lo mismo pasa con los perros, los peces, las mariposas y todos los seres vivos, incluidos los humanos.
Es que la libertad se mueve bajo unos principios, que podrían explicarse así:
a)      Busca el propio bien. Una libertad que provoque la enfermedad, el deterioro y la muerte del individuo es una libertad negativa. 

b)      Beneficia a los demás. La buena libertad es aquella que significa un bien para otros. Se demuestra en el liderazgo de Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Martín Lutero, Helen Keller y por cierto, Jesús de Nazaret. 

c)      Respeta la libertad del otro. El filósofo francés Jean Paul Sartre dice "Mi libertad se termina donde empieza la de los demás". Una libertad que pasa a llevar los derechos del prójimo es muy negativa. Era la libertad que tenía la nobleza antes de la revolución francesa y la sociedad romana imperial, basada en la esclavitud. Cabe preguntarnos hoy qué tan positiva es la libertad de los ricos y poderosos.
“Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.” (2 Corintios 3:17)

sábado, 11 de abril de 2015

PARA ENCONTRAR LA SALVACIÓN.


 
Todos somos diferentes y tenemos necesidades distintas. Dios, conociendo esta realidad humana, llama a cada uno de acuerdo a esas diferencias, por caminos particulares. Una vez en el camino de Cristo, recibimos las explicaciones de la doctrina.
Ese llamado es lo que se denomina “salvación”. El alma se siente triste por razones personales o por el caos social, o sedienta de algo más profundo y real, hambrienta de respuestas o cariño verdadero, a veces decepcionada, atribulada, vacía, etc. Cada persona vive su propia soledad y necesidad espiritual, no comparable con otros. Hasta que Dios sale a su encuentro y lo salva de su condición.
Así, por los caminos polvorientos de Israel, Jesús se encontraba con el leproso despreciado por esa sociedad y lo limpiaba de su enfermedad, le devolvía su dignidad de ser humano y lo liberaba de todos sus traumas. O se detenía en un pozo a conversar con una pobre mujer de Samaria, le dedicaba tiempo para escucharla, no la condenaba por su religión ni por las decisiones que había tomado en su vida y la ayudaba a encontrar su equilibrio espiritual. O recibía por la noche a un maestro de la ley para responder sus preguntas y aceptaba atenderlo a escondidas para salvarlo de sus compañeros fariseos. Una y otra vez la ruta de Jesús es de perdón, comprensión, contención, ayuda, en fin amor. Eso es “salvar las almas”.
Salvarse va más allá de recitar una fórmula, cumplir un rito o cambiar en algo. Es tan simple como creer en Jesús y seguirlo. De lo demás se encargará Él.
si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. / Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.” (Romanos 10:9,10)

miércoles, 8 de abril de 2015

EL LLAMADO.


 
Todos los seres humanos somos diferentes, tenemos distintas procedencias familiares, hemos sido influenciados por el entorno cultural y social, hemos recibido educaciones diferentes y hemos vivido experiencias particulares. Esto sin contar los aspectos genéticos y hereditarios. Por lo tanto frente a la vida nos situamos con propósitos, sueños, deseos, pasiones, en fin esperanzas diversas. No podemos meter a todos en un mismo compartimento ni pensar que todos persiguen y esperan lo mismo de la vida. Habrá algunos cuyo mayor sueño será formar un hogar, criar hijos y rodearse de nietos; otros soñarán con ejercer aquella profesión que consideran la más bella; otros buscarán la fama o el dinero o sencillamente disfrutar la sensualidad de las cosas, bellos paisajes, bellas y entretenidas personas, bellos objetos...
De todo hay. Esto no debe sorprendernos, tampoco molestarnos, ni debe ser motivo de crítica al que tiene un propósito totalmente contrario al nuestro. ¿Se imagina un mundo en que todos piensen igual, sientan lo mismo y esperen lograr las mismas cosas? Indudablemente, aparte de ser un mundo aburrido, sería muy incompleto. Un buen circo no sólo tiene payasos, también trapecistas, magos y domadores de animales. Aunque el mundo no es un circo, es tan colorido y diverso como él.
La vida, así como está hecha, con esta gran diversidad de personajes, es el más bello y completo teatro. En el mundo cabe el científico y el artista, el político y el comerciante, el deportista y el obrero, el plomero y el escritor... También hay espacio para el ateo y el creyente, para el sacerdote, el rabino y el pastor, para el católico y el evangélico, el musulmán y el budista... Cuando pequeño cantaba esa canción que dice: “En el arca de Noé todos caben, todos caben. En el arca de Noé todos caben, yo también”.  En este mundo, como en aquella arca, hay espacio para todos, pero algunos viven como si el mundo fuera sólo para los que son como ellos y no aceptan al otro, que es distinto, no toleran a los que ellos consideran “raros”, “torpes” o “malos”. Los atacan verbalmente, los dejan fuera de la ley o los ignoran, los discriminan y los más violentos optan por matarlos.
Sin embargo todos, con sus características especiales, tienen necesidades, momentos de soledad, inquietudes espirituales, anhelos de amar y ser amados, deseos de ser acogidos, consolados, escuchados. Para todos, sin excepción, habló el Maestro: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. / Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; / porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” (San Mateo 11:28-30)
 

domingo, 5 de abril de 2015

VOLVER A LA VIDA.

La idea de resucitar a más de alguno le podría parecer repugnante. Un cadáver de uno o más días saliendo de la tumba, atravesando titubeante el cementerio, para dirigirse al lugar que siempre perteneció, el hogar donde se encuentra su querida familia. Y la reacción de sus seres queridos al ver a este muerto viviente. Parece una película de terror. Después del impacto emocional, las interrogantes y esa mezcla de miedo con alegría porque un amado aún vive; la vida tendrá que continuar. Un buen baño, cambiar de ropas y al comedor a alimentarse. ¡A compartir con la familia y amigos, a celebrar la vida! Todo esto habrá vivido Lázaro, el amigo de Jesús, a quien éste resucitó en Betania. Qué de preguntas le harían después: ¿Qué sentías o viste al otro lado? ¿Estuviste con nuestros antepasados? ¿Es muy desesperante morir? ¿Y cómo supiste que estabas “resucitando”?

A pesar que todos los días mueren personas por distintas causas, enfermedad, vejez o accidente, nunca terminamos de acostumbrarnos a la muerte. Cada vez que alguien muere, sobre todo si es un familiar o un amigo, lloramos, lamentamos la pérdida. Y siempre recordamos a nuestros difuntos. Los extrañamos y muchas veces quisiéramos que volvieran a la vida. Nos consuela que también nosotros marchamos hacia allá, ese oscuro foso o túnel de lo desconocido. Si tenemos fe nos sostiene la esperanza de una vida sobrenatural; si somos incrédulos, no creemos en la inmortalidad del alma ni cosa parecida y  sólo nos consuela saber que cesará el sufrimiento. Pero también cesarán el placer y las alegrías de la vida.
Nos hemos conformado pensando que la muerte es parte de la vida, que todo nace, vive y muere; que la muerte es sólo una transformación. Pero, a pesar de todas las lógicas razones que desarrollemos, la muerte no es una invitada agradable. Sólo un poeta santo como Francisco de Asís pudo tratarla de “hermana muerte”. El ser humano no está hecho para la muerte sino para la vida, pues es un ser trascendente. Así nos hizo el que no muere, el Eterno. Por eso era necesario que Jesucristo, Dios mismo hecho humano, después de morir resucitara. En verdad Jesucristo tuvo victoria sobre uno de los más grandes enemigos del ser humano: la muerte. La resurrección de Jesucristo es un grito de victoria sobre la muerte que nos propinó el mal. Cuando el ser humano desobedece a Dios, comienza su degradación, la cadena pecado – enfermedad – dolor – muerte. Pero el Hijo de Dios ha roto definitivamente esa cadena y nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. / Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.” (San Juan 11:25,26)
Tal vez usted o yo, pronto moriremos, pero si creemos en Jesús, el Salvador y Señor del universo, no moriremos eternamente sino que resucitaremos para eterna felicidad junto a Dios.

miércoles, 1 de abril de 2015

LA OBRA DE CRISTO EN LA CRUZ.


 
La muerte de cruz en tiempos del Imperio Romano, era un castigo cruel para el que delinquía. A veces el crucificado tardaba en morir días enteros. En el caso de Jesucristo, el maestro de Israel, su deceso fue relativamente rápido. Fue crucificado a las nueve de la mañana: “Era la hora tercera cuando le crucificaron.” (San Marcos 15:25) Murió a las tres de la tarde: “Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. / Y el sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad. / Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.” (San Lucas 23:44-46) Es decir estuvo colgado en la cruz por seis horas.
La Biblia dice que el seis es número de hombre. Pues bien, allí estuvo colgado, clavado de manos y pies, coronado de espinas, con el dolor de las yagas en todo su cuerpo por los azotes recibidos, bajo el quemante sol de esas tierras, el hombre Jesús, quien tomó sobre sí el castigo que nosotros merecíamos por nuestras desobediencias.
Hay quienes critican al Padre por haber permitido tanta crueldad sobre su Hijo Jesús. No se dan cuenta que ambos, junto al Espíritu Santo, son una sola unidad, Dios. Fue Dios mismo quien se hizo hombre y murió por nosotros. Lo hizo por propia determinación y amor por la Humanidad, para liberarnos definitivamente de todas nuestras esclavitudes: esclavitud de la culpa, esclavitud del pecado, esclavitud de la Ley, esclavitud de una religión de sacrificios.
El legado de la cruz es la completa libertad. Jesucristo anuló “el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz.” (Colosenses 2:14)

domingo, 29 de marzo de 2015

EL ÚLTIMO SACRIFICIO.

 
“El suplicio de la crucifixión consistía en colgar o clavar al condenado a muerte en un poste que llevaba un travesaño destinado a los brazos. Parece que lo inventaron los persas. Los romanos lo adoptaron, pero lo consideraban tan humillante y vergonzoso que jamás se aplicaba a ciudadanos romanos. Se reservaba para los esclavos, los insurrectos y los prisioneros de guerra de otras naciones, así como para los animales dañinos.” Jesús fue acusado de insurrección, de acuerdo a la ley romana, instigado por las autoridades judías, que veían en él un peligro para su religión.
 
Los romanos usaron este suplicio “con frecuencia tratándose de judíos, con los cuales llegaron a hacer crucifixiones en masa. Era una forma horrible de muerte. El crucificado quedaba abandonado a la intemperie, desangrándose hasta morir y expuesto a los quemantes rayos del sol. A la tortura de la dolorosa posición se unía el tormento de las heridas y sobre todo de la sed, que se agravaba con la pérdida de sangre y el sofocante calor.”
 
Una de las siete palabras que pronunció Jesús en la cruz fue “Tengo sed”. Así lo relata el Evangelio: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. / Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca. / Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.” (San Juan19:28-30)
Con estos hechos se cumplió lo profetizado por el rey David: “He sido derramado como aguas, Y todos mis huesos se descoyuntaron; Mi corazón fue como cera, Derritiéndose en medio de mis entrañas. / Como un tiesto se secó mi vigor, Y mi lengua se pegó a mi paladar, Y me has puesto en el polvo de la muerte. / Porque perros me han rodeado; Me ha cercado cuadrilla de malignos; Horadaron mis manos y mis pies. / Contar puedo todos mis huesos; Entre tanto, ellos me miran y me observan. / Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes.” (Salmos 22:14-18)
La muerte de Jesús fue el cumplimiento de muchas profecías del Antiguo Testamento. Dios hecho Hombre cumplió en sí mismo la condena que la Ley hacía recaer sobre los hombres. Todas las religiones de la Antigüedad, incluyendo las más primitivas, se basaban en un sistema de sacrificios humanos o de animales. El sacrificio es algo que está instalado en lo más profundo y primitivo de la mente del hombre. La crucifixión de Jesucristo fue el último y perfecto sacrificio. Ya no es necesario el derramamiento de sangre para ser aceptados por Dios. Jesucristo vino a poner término a esa forma cruel de relacionarnos con la divinidad, sacrificando su propia vida y estableciendo un Nuevo Pacto, basado en el amor y el perdón de Dios.

(Los textos explicativos sobre la crucifixión se han tomado del Glosario de la Biblia en versión popular “Dios Habla Hoy”)

viernes, 27 de marzo de 2015

RENOVACIÓN DEL PENSAMIENTO.


 
Cuando se es niño, los padres y adultos tienen todo ascendiente sobre nosotros. El niño ve con admiración y respeto a los grandes, aunque a veces con temor. Lo que el grande dice y piensa es lo correcto, hasta que cumple esa edad en que comienza a darse cuenta que se puede pensar diferente y que se es una persona distinta. Se percata de los errores y defectos del mundo adulto, y comienza a saborear la libertad de sentir, pensar y experimentar por sí mismo. Empieza a construirse una persona distinta de los demás. Lo más hermoso es que es única. No hay otro igual a ti ni a mí. Somos seres únicos e irrepetibles.
Desarrollamos un modo de ser, gustos personales, descubrimos cierta vocación, construimos pensamientos propios y los ponemos en práctica. Pero muchas veces chocamos con una realidad que es distinta a lo que pensamos y nos obstinamos en nuestros juicios, razonamientos, principios, “verdades”. Nos estructuramos llegando a ser personas un tanto rígidas frente a la vida que es rica, múltiple, diversa, flexible, cambiante en su fluir, dinámica, inasible...
Tal estado de cosas sólo trae sufrimiento. A veces hay crisis muy fuertes por causa de esta rigidez mental, esta incapacidad para adaptarse, transformarse, renovarse. El ser que no se replantea y renueva no podrá resistir los embates de la vida. El árbol que no se curva flexible ante el viento recio, se quebrará. Por eso el consejo divino dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:2)
Necesitamos vivir en una permanente renovación. Es hora que los cristianos renueven su modo de pensar y comprender la realidad. Hay muchos juicios que se hacen de la vida y la sociedad que son superficiales. Las formas y lo externo no es lo más importante, sino el fondo. Comprender la doctrina de Jesús en profundidad, la cual no es un dogma, nos llevará a ser más tolerantes, pacientes y amorosos con todos los distintos tipos de personas que convivimos en la sociedad. Comprender el propósito final del mensaje del Maestro nos hará más sensibles y comprensivos con nuestros hermanos y prójimos. Renovaremos nuestro modo de pensar y sentir, y como consecuencia seremos transformados en verdaderos “cristianos”.

jueves, 26 de marzo de 2015

MÚSICA PARA CELEBRAR.


 
En la parábola del hijo pródigo, aquel hijo que pidió a su padre que le adelantara la herencia, se hace mención de un arte que nos acompaña en todo momento. El mal hijo se marchó lejos y gastó todo su dinero en mujeres y vicios, hasta llegar a trabajar en una porqueriza y, con hambre, desear alimentarse de la comida de los cerdos. Arrepentido, vuelve a la casa de su padre, quien lo recibe con amor y le ofrece una fiesta: “su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas” (San Lucas 15:25)
La música, desde tiempos inmemoriales ha estado presente en la vida del ser humano: en toda celebración, en los ritos religiosos, en matrimonios, cumpleaños y exequias. No hay actividad humana en que la música no nos acompañe. Hoy en día la tecnología nos permite llevarla en nuestros oídos a cualquier lugar.
El padre del hijo pródigo quiso celebrar el regreso de su hijo y, además de vestirlo con traje nuevo y regalarle un bello anillo, llamó a todos los que estaban en casa para celebrar, comer una exquisita cena, cantar y bailar al son de la música. Este arte es capaz de reflejar con sonidos, ritmos y melodías, todo tipo de sentimientos. En este caso, expresaba la alegría del papá a quien le es devuelta una vida tan querida y la alegría del hijo que se siente perdonado y aceptado por su padre. Al hermano mayor no le agradó la decisión del padre y estuvo en desacuerdo con el alegre recibimiento. Permaneció fuera de la casa, lejos de la música y las danzas.
Esta bella historia de perdón, con música de fondo, nos muestra con claridad como nuestro Padre celestial se alegra con el regreso a casa de alguno de sus hijos, sin importar la gravedad de sus pecados. El Cielo y la Iglesia siempre celebrarán con música y danzas la conversión de las almas. Tal vez el hijo que jamás ha sido desleal con Dios, se moleste por esas expresiones y prefiera el silencio y la reprensión, mas el Padre le dice: “Era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.” (San Lucas 15:32)

lunes, 23 de marzo de 2015

ESENCIA DIVINA.



En perfumería una esencia es el extracto líquido concentrado de una sustancia aromática. La esencia de rosas, por ejemplo, encierra los olores más exquisitos de esta flor. Por extensión, esencia es aquello que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas; es lo más importante y característico de algo. Así podemos decir que la esencia de una persona es aquella característica o conjunto de cualidades que la definen. Entonces diremos que la esencia de un artista es la creatividad; la esencia de una maestra es el amor a los niños; la esencia de un juez es su fidelidad a la justicia; etc.
 
Del mismo modo podemos analizar una doctrina espiritual y preguntarnos por su esencia o verdad fundamental. Dicho esto ¿Cuál será la esencia del cristianismo? Algunos dirán que el amor, otros la fe, otros la salvación y no faltará quien diga que la esencia del cristianismo sean las buenas obras. Es indudable que todos estos conceptos están implícitos en la fe de Jesús.
El amor resume toda la Ley de Dios dice San Pablo y el mismo Señor consideró que los mandamientos principales son amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Pero también otras religiones creen en el amor, como por ejemplo el budismo que practica la compasión a todo ser vivo.
Sin fe es imposible agradar a Dios, enseña la carta a los Hebreos. Ser salvados por la fe en Jesús es una enseñanza bíblica. Sin embargo toda religión se basa en la fe, en aquella “certeza de lo que se espera y convicción de lo que no se ve”. Por tanto la fe no es un distintivo exclusivo de los cristianos.
La salvación es un concepto judeo-cristiano. Ser salvados de la muerte eterna, del castigo y la condenación. No llegar a ser un eterno extraño para Dios. Este es el mayor castigo para un cristiano, muy distinto a aquel anhelo de algunas doctrinas orientales de erradicar el deseo para suprimir el sufrimiento y trascender a un estado espiritual en que cesa el sufrimiento. He aquí un distintivo del cristianismo: buscar la permanencia junto a un Dios revelado como Persona.

Las buenas obras también se encuentran en otras religiones, en mayor o menor medida. Las obras que dicen relación con la vida devocional las tienen todas: oraciones, cantos, danzas, sacrificios, etc. Cada creencia posee sus formas de culto. Las obras de caridad o misericordia han pasado a ser casi un distintivo de gran parte de la cristiandad y caracteriza a la sociedad occidental, pero en definitiva ¿Son las buenas obras, la salvación, la fe, el amor u otro componente la esencia del cristianismo?
Hagamos el siguiente ejercicio: quitemos a Jesucristo, el fundador de nuestra fe, de cada uno de esos conceptos. Hagamos buenas obras sólo motivados por un “buen corazón” y no por servir a Jesucristo. Esto no sería cristianismo pues también lo hacen muchas organizaciones solidarias, sin Cristo. Busquemos la salvación a nuestro modo personal, prescindiendo de Jesús y obviamente no será cristianismo. Tengamos fe en cualquier ícono, cosa o dios que admiremos; puede ser un árbol, un animal, algún ángel, un objeto sagrado, alguna persona muerta, pero sin considerar a Jesucristo. Tampoco será cristianismo. Practiquemos el amor a todos y a todo  lo que está vivo, incluso a lo inanimado y hasta al mismo universo, aún llegando a adorarlo, pero sin la persona viva de Jesucristo. Por muy espiritual que pareciera nuestra posición, eso tampoco será cristianismo. Un cristianismo sin Cristo es imposible.
Concluimos que la esencia del Cristianismo es una Persona divina, aquél que dijo: Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. / Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” (San Juan 15:4,5)

lunes, 16 de marzo de 2015

VUELO HACIA LA LIBERTAD.


 
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. / Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.” (Romanos 8:1,2)
Los cristianos somos liberados de la Ley que nos condena, esa Ley fue clavada en la cruz del monte Calvario, como dice la Escritura: “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, / anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, / y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” (Colosenses 2:13-15)
Hoy nos rige otra ley, la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús. La Ley antigua, que es la que utilizan muchas religiones, nos dice lo que debemos hacer para ser buenos y aceptables a Dios, nos da mandamientos que debemos cumplir. Y de inmediato nos amenaza diciéndonos que si no cumplimos esos mandatos, moriremos, estaremos muertos para Dios. La Ley antigua siempre implica castigo. Hay una dinámica que se da con estos elementos: Ley – culpa – castigo.
Necesitamos salir de este círculo que siempre nos condena. ¡Para eso vino Jesucristo! Para liberarnos de una Ley que nos condenaba y jamás ofreció salvación, la ley de Moisés, la “ley del pecado y de la muerte”. Del pecado porque siempre nos acusa que estamos cometiendo pecados. De la muerte porque siempre nos condena a muerte. En cambio Jesús al morir por nosotros y nuestros pecados para con Dios, nos libera para siempre de toda condenación. El trae una lógica nueva para el creyente: “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”. Es una nueva forma de relacionarnos con Dios, ya no por medio de una ley que nos acusa sino de una que nos da vida. La ley de Cristo es la ley de la libertad. Él pone Su Espíritu dentro de nosotros y ya no necesitamos andar pendientes de si cumplimos o no la Ley de Dios, sino que sencillamente dejamos que el Espíritu Santo fluya dentro de nosotros como un manantial de agua viva y descansamos en Su sabiduría.
Si subiéramos a lo alto de una montaña y nos lanzáremos al vacío, sin alas ni paracaídas, y moviéramos las manos imitando a las aves, no volaríamos como ellas y la ley de gravedad nos succionaría hacia la tierra con violencia. Moriríamos irremisiblemente. Pero si en la cumbre de esa montaña, tomáramos un avión o un helicóptero, sí podríamos volar porque estaríamos funcionando bajo otra ley, la de la aerodinámica, que explica el vuelo de objetos más pesados que el aire. El hecho que en este último caso funcione la ley de la aerodinámica, no significa que la ley de gravedad deje de existir. Del mismo modo, aún cuando para los cristianos funciona la “ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”, para los no cristianos sigue vigente “la ley del pecado y de la muerte” que los acusa de pecado y condena a la muerte. ¿Bajo cuál ley desea vivir usted? 

jueves, 12 de marzo de 2015

RESISTENCIA DE MATERIAL.


 
¿Dejará de creer el creyente cuando pasa por dificultades? ¿Por qué Dios se llevó a mi padre, a mi madre, a esa gran amiga o amigo, a ese maestro o maestra, por qué me dejó sin su compañía, apoyo, ayuda...?
Quizás aguijonean tu mente algunas de estas preguntas. Hay cosas que no podemos comprender, otras que aunque las comprendamos desde un punto de vista religioso, no las aceptamos. De todas formas, intentaremos responderlas a la luz de la fe, aunque te embargue la tristeza y la nostalgia, y una lágrima ruede por tu mejilla. A mí también me sucede todo eso. Tener fe no nos exime de las dudas humanas y del dolor.
Cuando pasamos por dificultades podemos reaccionar con gran fuerza y sobreponernos si la fe que tenemos es mayor que el problema, pero la fe se prueba y hasta falla cuando los dolores son muy grandes. No creo que un verdadero creyente pierda la fe en Dios porque para él es una realidad. Lo qué sí puede suceder es que se enoje con Dios y quiera olvidarse de todo lo que es religión, cuando se vio enfrentado a una gran pena. La pérdida del cónyuge, una bancarrota económica, la cesantía, una catástrofe, etc. Podrían llevar a un cristiano a esa zona límite en que “pierda la fe”, la confianza en Dios, mas eso deriva de un intenso dolor sumado a la incomprensión del hecho. ¿Por qué a mí? Se pregunta. Y suele gritarle a Dios su desesperación. Al no encontrar respuesta porque su mente está embargada por el sufrimiento, decide cerrar la puerta al Señor. Necesario es decir que Dios no hace lo mismo, es el Padre comprensivo que nos asiste en silencio durante todo el tiempo que dura nuestro enojo. Jesús no rechazó a Pedro cuando éste le negó tres veces, más aún Él sabía que eso pasaría. Era sencillamente una prueba a su fe.
Este concepto de “probar la fe” es algo así como probar la resistencia de un cable para sostener determinado peso. En ingeniería y construcción se usa el término "resistencia de materiales". Pedro no resistió el dolor de ver a su Maestro escarnecido, azotado, débil; tampoco fue capaz de “jugársela” por él y mintió negando ser un seguidor suyo. Pero luego recapacitaría. La prueba es necesaria para crecer en fe. Dios no necesita probarnos pues Él ya sabe nuestra medida de fe; somos los cristianos los que requerimos ser probados para que nos enteremos de nuestra capacidad espiritual. Así como el músculo requiere ser sometido a exigencias para desarrollarse –lo saben bien los deportistas- los creyentes somos sometidos cada cierto tiempo a “ejercicios” fuertes.
Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, / sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. / Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.” (Santiago 1:2-4)

sábado, 7 de marzo de 2015

¿CÓMO ESTÁ TU VASO?


 
Hay un dicho en boga que dice “mira el lado lleno del vaso y no el lado vacío”. Tenemos un vaso de aquella bebida de tu agrado. Puede que seas una persona muy positiva, con una mirada siempre optimista de la vida; entonces miras el líquido que hay en el vaso y te sientes satisfecho. En cambio, si eres alguien pesimista con tendencia a encontrar siempre aquello que careces, te fijarás en el lado vacío del vaso, en lo que falta para que esté lleno.
Nunca tendremos la totalidad del amor que esperamos, la totalidad de la amistad, la perfecta belleza, el mejor trabajo, la más completa felicidad. La perfección es un ideal, en la tierra es sólo una fantasía. Las utopías son necesarias como paradigmas pero siempre ponen la vara tan alta que son inalcanzables.
Es mejor concentrarnos en lo que tenemos y dar gracias. Un buen ejercicio de optimismo es examinar nuestros logros en los tres planos más importantes: físico, intelectual y espiritual. De gracias por sus dotes físicas, no se fije en sus defectos o carencias sino en lo que Dios le ha dado como recurso corporal. Tal vez belleza, simpatía, fuerza, gracia, buena salud, habilidad manual, capacidad deportiva, etc. Si tiene una o más de estas condiciones, alégrese y no reclame por lo que no posee.
Luego de gracias por sus dotes intelectuales. La mente es el alma o psique. No se trata de ser un genio o superdotado, sino de poseer cierto tipo de inteligencia; algunos son buenos en el cálculo matemático, otros en el lenguaje, los hay buenos en la artes o en la ciencia. Es imposible que no tengamos algún desarrollo intelectual específico; de ello debemos alegrarnos y sentirnos muy bien. Evite compararse con otras personas, piense que usted es único. Dios hace personas distintas, no hay un ser humano igual a otro.
Por último, en este ejercicio de ver el lado lleno de su vaso y no el lado vacío, dé gracias porque usted tiene dentro de sí un ser intangible y desconocido, que es su esencia espiritual. Los seres humanos somos tripartitos como una fruta que tiene cáscara, carne y cuesco. Este último se esconde en lo más profundo del fruto. Así se esconde en usted el espíritu. Permítalo expresarse en su vida por medio de una vida espiritual. Aliméntelo con la fe. Un paso en desarrollar esa fe es ver su persona positivamente, mirar “el lado lleno de su vaso” como lo hacía el rey David cuando escribió “mi copa está rebosando” (Salmos 23:5)
 “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Tesalonicenses 5:23)