domingo, 29 de marzo de 2015

EL ÚLTIMO SACRIFICIO.

 
“El suplicio de la crucifixión consistía en colgar o clavar al condenado a muerte en un poste que llevaba un travesaño destinado a los brazos. Parece que lo inventaron los persas. Los romanos lo adoptaron, pero lo consideraban tan humillante y vergonzoso que jamás se aplicaba a ciudadanos romanos. Se reservaba para los esclavos, los insurrectos y los prisioneros de guerra de otras naciones, así como para los animales dañinos.” Jesús fue acusado de insurrección, de acuerdo a la ley romana, instigado por las autoridades judías, que veían en él un peligro para su religión.
 
Los romanos usaron este suplicio “con frecuencia tratándose de judíos, con los cuales llegaron a hacer crucifixiones en masa. Era una forma horrible de muerte. El crucificado quedaba abandonado a la intemperie, desangrándose hasta morir y expuesto a los quemantes rayos del sol. A la tortura de la dolorosa posición se unía el tormento de las heridas y sobre todo de la sed, que se agravaba con la pérdida de sangre y el sofocante calor.”
 
Una de las siete palabras que pronunció Jesús en la cruz fue “Tengo sed”. Así lo relata el Evangelio: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. / Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca. / Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.” (San Juan19:28-30)
Con estos hechos se cumplió lo profetizado por el rey David: “He sido derramado como aguas, Y todos mis huesos se descoyuntaron; Mi corazón fue como cera, Derritiéndose en medio de mis entrañas. / Como un tiesto se secó mi vigor, Y mi lengua se pegó a mi paladar, Y me has puesto en el polvo de la muerte. / Porque perros me han rodeado; Me ha cercado cuadrilla de malignos; Horadaron mis manos y mis pies. / Contar puedo todos mis huesos; Entre tanto, ellos me miran y me observan. / Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes.” (Salmos 22:14-18)
La muerte de Jesús fue el cumplimiento de muchas profecías del Antiguo Testamento. Dios hecho Hombre cumplió en sí mismo la condena que la Ley hacía recaer sobre los hombres. Todas las religiones de la Antigüedad, incluyendo las más primitivas, se basaban en un sistema de sacrificios humanos o de animales. El sacrificio es algo que está instalado en lo más profundo y primitivo de la mente del hombre. La crucifixión de Jesucristo fue el último y perfecto sacrificio. Ya no es necesario el derramamiento de sangre para ser aceptados por Dios. Jesucristo vino a poner término a esa forma cruel de relacionarnos con la divinidad, sacrificando su propia vida y estableciendo un Nuevo Pacto, basado en el amor y el perdón de Dios.

(Los textos explicativos sobre la crucifixión se han tomado del Glosario de la Biblia en versión popular “Dios Habla Hoy”)

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