viernes, 24 de abril de 2015

LA BÚSQUEDA.


 
Toda persona busca de algún modo a Dios, una explicación de la vida y también de la muerte, el hecho más enigmático y violento de la existencia humana. La cultura popular, la magia y la ilusión del niño dan respuestas que no son del todo satisfactorias; la ciencia sale al paso y nos llena de dudas e hipótesis de lo que podría ser la verdad; entonces aparece la religión y sus certezas, razones aceptables sólo con un corazón lleno de fe.
Desde cierto punto de vista, la historia del Hombre es un relato de la búsqueda que él hace de Dios. Le busca en los cielos, en la profundidad de las cavernas, dentro de sí, en árboles y animales. Enciende fogatas por las noches y le danza, le canta, le hace sacrificios. Construye templos para el o los dioses que cree hallar. No hay ser más religioso que el humano. Aún, en esta era en que viaja a la luna y otros planetas, buscamos a Dios más allá de nuestras fronteras.
Esta búsqueda de Dios no es un capricho humano, sino que obedece a una carencia, a un vacío interno, a una pieza que nos falta del gran puzle del universo y la vida. Es la respuesta que ansiamos alcanzar, la contestación a una pregunta que nos ha perseguido desde los albores de la Historia: descubrir el sentido de la existencia, para qué estamos aquí, quiénes somos y hacia dónde vamos. Sólo el Creador puede responderla.
Él sembró en el alma del Hombre esa disposición a buscar e investigar, hasta encontrar la Verdad. No es una búsqueda vana, sino la más trascendente de todas las inquietudes humanas. Dios quiso que le buscásemos incesantemente, que nuestro espíritu clamara por Él y no descansáramos hasta encontrarlo y saciar por completo y definitivamente nuestra hambre y sed de infinito.

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