¿Dejará de
creer el creyente cuando pasa por dificultades? ¿Por qué Dios se llevó a mi
padre, a mi madre, a esa gran amiga o amigo, a ese maestro o maestra, por qué
me dejó sin su compañía, apoyo, ayuda...?
Quizás
aguijonean tu mente algunas de estas preguntas. Hay cosas que no podemos comprender,
otras que aunque las comprendamos desde un punto de vista religioso, no las
aceptamos. De todas formas, intentaremos responderlas a la luz de la fe, aunque
te embargue la tristeza y la nostalgia, y una lágrima ruede por tu mejilla. A
mí también me sucede todo eso. Tener fe no nos exime de las dudas humanas y del
dolor.
Cuando pasamos
por dificultades podemos reaccionar con gran fuerza y sobreponernos si la fe
que tenemos es mayor que el problema, pero la fe se prueba y hasta falla cuando
los dolores son muy grandes. No creo que un verdadero creyente pierda la fe en
Dios porque para él es una realidad. Lo qué sí puede suceder es que se enoje
con Dios y quiera olvidarse de todo lo que es religión, cuando se vio
enfrentado a una gran pena. La pérdida del cónyuge, una bancarrota económica,
la cesantía, una catástrofe, etc. Podrían llevar a un cristiano a esa zona
límite en que “pierda la fe”, la confianza en Dios, mas eso deriva de un
intenso dolor sumado a la incomprensión del hecho. ¿Por qué a mí? Se pregunta. Y
suele gritarle a Dios su desesperación. Al no encontrar respuesta porque su
mente está embargada por el sufrimiento, decide cerrar la puerta al Señor. Necesario
es decir que Dios no hace lo mismo, es el Padre comprensivo que nos asiste en
silencio durante todo el tiempo que dura nuestro enojo. Jesús no rechazó a
Pedro cuando éste le negó tres veces, más aún Él sabía que eso pasaría. Era sencillamente
una prueba a su fe.
Este concepto
de “probar la fe” es algo así como probar la resistencia de un cable para
sostener determinado peso. En ingeniería y construcción se usa el término "resistencia de materiales". Pedro no resistió el dolor de ver a su Maestro
escarnecido, azotado, débil; tampoco fue capaz de “jugársela” por él y mintió
negando ser un seguidor suyo. Pero luego recapacitaría. La prueba es necesaria
para crecer en fe. Dios no necesita probarnos pues Él ya sabe nuestra medida de
fe; somos los cristianos los que requerimos ser probados para que nos enteremos
de nuestra capacidad espiritual. Así como el músculo requiere ser sometido a
exigencias para desarrollarse –lo saben bien los deportistas- los creyentes
somos sometidos cada cierto tiempo a “ejercicios” fuertes.
“Hermanos míos, tened por sumo gozo
cuando os halléis en diversas pruebas, / sabiendo que la prueba de vuestra fe
produce paciencia. / Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis
perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.” (Santiago 1:2-4)
No hay comentarios:
Publicar un comentario