El apóstol Pablo afirma que “Abraham creyó a Dios, y le fue
contado por justicia.” (Gálatas
3:6) Es decir que el
patriarca, quien vivió en Ur de los caldeos hace 4.000 años atrás, no necesitó
hacer nada especial para Dios, sino tan sólo creer en Él. Desde nuestra
perspectiva del siglo XXI nos es bastante difícil comprender esto ya que
siempre valoramos el hacer, el esfuerzo, el trabajo y sobre todo esa relación
comercial que tenemos con las cosas, de pagar para adquirir, una relación que
lamentablemente aplicamos también a Dios.
Pero al Creador no se le puede comprar ni vender, Él es
insobornable. Ni siquiera con alabanzas y diezmos podemos comprar su corazón.
Además no es necesario, ya que como creación suya, nos ama. Pero hay algo que
acerca al ser humano de un modo especial al Señor de la vida, y eso se llama
fe.
Para comprenderlo mejor debemos ubicarnos en la época de
Abraham en que imperaban la magia, la superstición y las religiones politeístas.
No había monoteísmo y toda adoración a dioses debía concretarse en una
representación o ídolo. Una fe sin iconos era impensable. De modo que cuando
Abraham dijo que conversaba con Dios, sus compatriotas le pidieron que les
mostrara ese dios y él no tenía estatuilla alguna para mostrar. A Abraham le
bastó con escuchar en su interior a Dios. Su relación con Él fue exclusivamente
por fe, sin necesidad de nada concreto para adorarle.
El ser humano, en Abraham, dio un gran paso en su concepto de
la Divinidad. Dios ahora era un Ser superior que no necesitaba una
representación. Esa fe es la más grande revelación espiritual que le ha sido
dada al ser humano, algo que veinte siglos más tarde, Jesucristo confirmaría
con estas palabras: “la hora viene, y ahora es,
cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad;
porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. / Dios es
Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (San Juan 4:23,24) Esa fe tuvo Abraham, una fe absolutamente
espiritual y pura, sin mancha de dudas; no se trató de una fe que él creara
sino que le fue otorgada por Dios; tal fe le fue contada por justicia.
Por eso se llama a Abraham “el padre de la fe” y toda persona
que se relaciona con Dios basándose sólo en la fe y no en obras humanas, viene
a ser un hijo espiritual de Abraham. Como dice el apóstol: “Sabed, por tanto,
que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham.” (Gálatas 3:7)
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