Cuando se es niño, los padres y adultos tienen todo
ascendiente sobre nosotros. El niño ve con admiración y respeto a los grandes,
aunque a veces con temor. Lo que el grande dice y piensa es lo correcto, hasta
que cumple esa edad en que comienza a darse cuenta que se puede pensar
diferente y que se es una persona distinta. Se percata de los errores y
defectos del mundo adulto, y comienza a saborear la libertad de sentir, pensar
y experimentar por sí mismo. Empieza a construirse una persona distinta de los
demás. Lo más hermoso es que es única. No hay otro igual a ti ni a mí. Somos seres
únicos e irrepetibles.
Desarrollamos un modo de ser, gustos personales, descubrimos
cierta vocación, construimos pensamientos propios y los ponemos en práctica. Pero
muchas veces chocamos con una realidad que es distinta a lo que pensamos y nos
obstinamos en nuestros juicios, razonamientos, principios, “verdades”. Nos estructuramos
llegando a ser personas un tanto rígidas frente a la vida que es rica,
múltiple, diversa, flexible, cambiante en su fluir, dinámica, inasible...
Tal estado de cosas sólo trae sufrimiento. A veces hay crisis
muy fuertes por causa de esta rigidez mental, esta incapacidad para adaptarse,
transformarse, renovarse. El ser que no se replantea y renueva no podrá
resistir los embates de la vida. El árbol que no se curva flexible ante el
viento recio, se quebrará. Por eso el consejo divino dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio
de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la
buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta.” (Romanos 12:2)
Necesitamos vivir en una permanente renovación. Es hora que
los cristianos renueven su modo de pensar y comprender la realidad. Hay muchos
juicios que se hacen de la vida y la sociedad que son superficiales. Las formas
y lo externo no es lo más importante, sino el fondo. Comprender la doctrina de
Jesús en profundidad, la cual no es un dogma, nos llevará a ser más tolerantes,
pacientes y amorosos con todos los distintos tipos de personas que convivimos
en la sociedad. Comprender el propósito final del mensaje del Maestro nos hará
más sensibles y comprensivos con nuestros hermanos y prójimos. Renovaremos nuestro
modo de pensar y sentir, y como consecuencia seremos transformados en
verdaderos “cristianos”.
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