viernes, 27 de marzo de 2015

RENOVACIÓN DEL PENSAMIENTO.


 
Cuando se es niño, los padres y adultos tienen todo ascendiente sobre nosotros. El niño ve con admiración y respeto a los grandes, aunque a veces con temor. Lo que el grande dice y piensa es lo correcto, hasta que cumple esa edad en que comienza a darse cuenta que se puede pensar diferente y que se es una persona distinta. Se percata de los errores y defectos del mundo adulto, y comienza a saborear la libertad de sentir, pensar y experimentar por sí mismo. Empieza a construirse una persona distinta de los demás. Lo más hermoso es que es única. No hay otro igual a ti ni a mí. Somos seres únicos e irrepetibles.
Desarrollamos un modo de ser, gustos personales, descubrimos cierta vocación, construimos pensamientos propios y los ponemos en práctica. Pero muchas veces chocamos con una realidad que es distinta a lo que pensamos y nos obstinamos en nuestros juicios, razonamientos, principios, “verdades”. Nos estructuramos llegando a ser personas un tanto rígidas frente a la vida que es rica, múltiple, diversa, flexible, cambiante en su fluir, dinámica, inasible...
Tal estado de cosas sólo trae sufrimiento. A veces hay crisis muy fuertes por causa de esta rigidez mental, esta incapacidad para adaptarse, transformarse, renovarse. El ser que no se replantea y renueva no podrá resistir los embates de la vida. El árbol que no se curva flexible ante el viento recio, se quebrará. Por eso el consejo divino dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:2)
Necesitamos vivir en una permanente renovación. Es hora que los cristianos renueven su modo de pensar y comprender la realidad. Hay muchos juicios que se hacen de la vida y la sociedad que son superficiales. Las formas y lo externo no es lo más importante, sino el fondo. Comprender la doctrina de Jesús en profundidad, la cual no es un dogma, nos llevará a ser más tolerantes, pacientes y amorosos con todos los distintos tipos de personas que convivimos en la sociedad. Comprender el propósito final del mensaje del Maestro nos hará más sensibles y comprensivos con nuestros hermanos y prójimos. Renovaremos nuestro modo de pensar y sentir, y como consecuencia seremos transformados en verdaderos “cristianos”.

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