La palabra compromiso
describe una
obligación contraída
o una palabra ya dada. Establecemos compromisos con aquello que amamos. Nos comprometemos
con nuestros seres queridos y estamos con ellos en los momentos difíciles, en
las celebraciones y diariamente, si es preciso, nos mantenemos comunicados. Esto
es así porque nos interesan. También nos comprometemos con el trabajo o el
estudio, porque de esas actividades depende nuestra subsistencia y formación; y
si es nuestra vocación, el compromiso es mayor. Estamos ligados a lo que
hacemos con amor y eso se expresa en un compromiso real. Difícilmente fallaremos
en este tipo de compromiso.
A veces un compromiso es una promesa
o una declaración de principios.
Prometemos amar a una persona para toda la vida, nos comprometemos en
matrimonio para serle fiel, cuidarle y acompañarle en toda circunstancia. Todos
procuran cumplir el compromiso porque están enamorados de su pareja. Una infidelidad,
la decepción o la pérdida del amor podrá ser causa de un rompimiento del
compromiso.
Se dice que alguien está comprometido
con algo o alguien cuando cumple con sus obligaciones, con aquello que se ha
propuesto o que le ha sido encomendado. ¿Y qué sucede en nuestra relación con
Dios? Él lo da todo por mí y sólo espera que responda con un amor
incondicional.
Una persona se compromete
cuando se implica al máximo en una labor, poniendo todas sus capacidades para
conseguir llevar a cabo una actividad o proyecto y de este modo aportar con su
esfuerzo para el normal funcionamiento de un grupo, sociedad o empresa. En el
caso de los cristianos, Dios espera que nos impliquemos en su misión. La tarea
no es tan complicada pero exige de un corazón abierto al prójimo necesitado. Si
leemos la parábola del buen samaritano lo entenderemos mejor:
“Un hombre descendía de
Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e
hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un
sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita,
llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano,
que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y
acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su
cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos
denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de
más, yo te lo pagaré cuando regrese.”
El Maestro preguntó: ¿Quién,
pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los
ladrones? Alguien
respondió: El que usó de misericordia con él.
Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo. (San Lucas
10:30-37)
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