jueves, 26 de febrero de 2015

EL COMPROMISO DE AMAR.


 
La palabra compromiso describe una obligación contraída o una palabra ya dada. Establecemos compromisos con aquello que amamos. Nos comprometemos con nuestros seres queridos y estamos con ellos en los momentos difíciles, en las celebraciones y diariamente, si es preciso, nos mantenemos comunicados. Esto es así porque nos interesan. También nos comprometemos con el trabajo o el estudio, porque de esas actividades depende nuestra subsistencia y formación; y si es nuestra vocación, el compromiso es mayor. Estamos ligados a lo que hacemos con amor y eso se expresa en un compromiso real. Difícilmente fallaremos en este tipo de compromiso.
A veces un compromiso es una promesa o una declaración de principios. Prometemos amar a una persona para toda la vida, nos comprometemos en matrimonio para serle fiel, cuidarle y acompañarle en toda circunstancia. Todos procuran cumplir el compromiso porque están enamorados de su pareja. Una infidelidad, la decepción o la pérdida del amor podrá ser causa de un rompimiento del compromiso.
Se dice que alguien está comprometido con algo o alguien cuando cumple con sus obligaciones, con aquello que se ha propuesto o que le ha sido encomendado. ¿Y qué sucede en nuestra relación con Dios? Él lo da todo por mí y sólo espera que responda con un amor incondicional.  
Una persona se compromete cuando se implica al máximo en una labor, poniendo todas sus capacidades para conseguir llevar a cabo una actividad o proyecto y de este modo aportar con su esfuerzo para el normal funcionamiento de un grupo, sociedad o empresa. En el caso de los cristianos, Dios espera que nos impliquemos en su misión. La tarea no es tan complicada pero exige de un corazón abierto al prójimo necesitado. Si leemos la parábola del buen samaritano lo entenderemos mejor:
Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.
El Maestro preguntó: ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Alguien respondió: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo. (San Lucas 10:30-37)

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