La historia de las religiones registra experiencias espirituales
sorprendentes, conversiones y cambios profundos en personas que, marcadas por una
vivencia extraordinaria, cambiaron su modo de ver la vida. Casos como el de Agustín
de Hipona, quien en un jardín de la Edad Media escuchó la voz de un niño
repitiendo una y otra vez “toma y lee”. Abrió el libro sagrado y allí encontró
la respuesta a todas sus inquietudes. De una vida disipada pasó a ser un cristiano
de vida casta y ascética.
En la India, 500 años antes de Cristo, el joven Sidarta
Gautama, después de abandonar la vida fácil del palacio real, condolido con la
miseria y el sufrimiento del pueblo, quiso averiguar el sentido de todo ello,
hasta que encontró la iluminación bajo una higuera y se convirtió en el Buda
del oriente, es decir “el iluminado”.
En el antiguo Egipto, el faraón Amenhotep había recibido la
revelación de una sola deidad. Cambió su nombre por el de Akenatón, “el
servidor de Atón”. Convertido al dios sol o Atón, que con su calor daba vida a
hombres y animales, inició una profunda reforma monoteísta.
Vivir una experiencia personal sobrenatural con Dios es el
necesario inicio para una verdadera conversión. Necesitamos estar preparados
para ese evento extraordinario que transformará totalmente nuestro modo de ver
la vida.
El Maestro dice: “... Pedid, y se os dará; buscad, y
hallaréis; llamad, y se os abrirá. / Porque todo aquel que pide, recibe; y
el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” (San Lucas 11:9,10)
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