jueves, 26 de febrero de 2015

EL COMPROMISO DE AMAR.


 
La palabra compromiso describe una obligación contraída o una palabra ya dada. Establecemos compromisos con aquello que amamos. Nos comprometemos con nuestros seres queridos y estamos con ellos en los momentos difíciles, en las celebraciones y diariamente, si es preciso, nos mantenemos comunicados. Esto es así porque nos interesan. También nos comprometemos con el trabajo o el estudio, porque de esas actividades depende nuestra subsistencia y formación; y si es nuestra vocación, el compromiso es mayor. Estamos ligados a lo que hacemos con amor y eso se expresa en un compromiso real. Difícilmente fallaremos en este tipo de compromiso.
A veces un compromiso es una promesa o una declaración de principios. Prometemos amar a una persona para toda la vida, nos comprometemos en matrimonio para serle fiel, cuidarle y acompañarle en toda circunstancia. Todos procuran cumplir el compromiso porque están enamorados de su pareja. Una infidelidad, la decepción o la pérdida del amor podrá ser causa de un rompimiento del compromiso.
Se dice que alguien está comprometido con algo o alguien cuando cumple con sus obligaciones, con aquello que se ha propuesto o que le ha sido encomendado. ¿Y qué sucede en nuestra relación con Dios? Él lo da todo por mí y sólo espera que responda con un amor incondicional.  
Una persona se compromete cuando se implica al máximo en una labor, poniendo todas sus capacidades para conseguir llevar a cabo una actividad o proyecto y de este modo aportar con su esfuerzo para el normal funcionamiento de un grupo, sociedad o empresa. En el caso de los cristianos, Dios espera que nos impliquemos en su misión. La tarea no es tan complicada pero exige de un corazón abierto al prójimo necesitado. Si leemos la parábola del buen samaritano lo entenderemos mejor:
Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.
El Maestro preguntó: ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Alguien respondió: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo. (San Lucas 10:30-37)

miércoles, 25 de febrero de 2015

LOS LIBERTADORES.




Moisés fue un gran hombre, un líder que Dios levantó para sacar a un pueblo de la esclavitud. Hoy en día también hay grupos humanos y naciones que requieren de líderes que les conduzcan hacia la libertad. Se puede tratar de una liberación física o espiritual. A través de la historia encontramos hombres y mujeres que han destacado por una misión liberadora, como Martin Luther King, quien luchó por la igualdad racial en los Estados Unidos; Nelson Mandela que activó por años contra el apartheid en Sud África; Mahatma Gandhi, quien logró la independencia de la India por medios pacíficos; Helen Keller, filántropo sordo-ciega que recorrió el mundo declarando los derechos y la igualdad de las personas con discapacidad; y tantos más que pusieron sus vidas al servicio del prójimo, libertadores inspirados por Dios.
Pero todos ellos fueron sólo hombres que pusieron todo su esfuerzo por mejorar la condición de sus pueblos. Moisés fue uno de ellos. Hijo de una humilde familia hebrea, tuvo en suerte ser criado y educado en el palacio del faraón de Egipto. Allí aprendió la cultura más avanzada de la época, estuvo en contacto con los más sabios de esa nación y estudió en los textos de la Antigüedad. Mas su corazón estaba con su pueblo. Por eso al recibir el llamado de Dios a libertarlo, respondió positivamente, a pesar de sus temores.
Sacar a los hebreos de Egipto fue una enorme proeza, teniendo en cuenta que ellos eran una gran fuerza de trabajo. Moisés entregó a su pueblo la confianza en su Dios Jehová, los organizó y preparó en la lucha, para reconstruirse como nación. Ellos debían creer en sí mismos, pero también creer en el Dios Todopoderoso. Les entregó una religión ordenada con un riguroso sistema de leyes y unos principios éticos que, hasta el día de hoy, rigen nuestra moral y están resumidos en la forma de diez mandamientos.
Pero en el espacio de la historia esas leyes de Moisés ocupan apenas unos siglos, pues al venir Jesucristo da a conocer una nueva forma de relacionarnos con Dios, ya no por medio de ordenanzas y leyes escritas, sino por medio de la fe. Dice el evangelista “...la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.” (San Juan 1:17) Si bien es cierto Moisés libertó al pueblo judío, no nos da la libertad, todo lo contrario, sus leyes y mandamientos nos enjuician e indican que somos pecadores ante Dios. En cambio Jesucristo no nos juzga sino que nos perdona y libera de toda culpa y de la condenación del pecado.

domingo, 22 de febrero de 2015

UN SALTO CUÁNTICO.


 
Los seres humanos tenemos diversas necesidades que por lo general nos afligen y preocupan cuando no son satisfechas, sobre todo las de carácter básico como el alimento, la vivienda y el vestuario. Sin embargo, el Maestro nos advierte que, si nosotros cambiamos las prioridades y ponemos en primer lugar el Reino de Dios, es decir las cosas que atañen a la espiritualidad, todo aquello que tanto nos preocupa será satisfecho por el Creador:
"Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas. No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino. Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón." (San Lucas 12:31-34)
Jesús nos invita a no tener temor sino confianza en el Padre que ha querido acercarse a nosotros con su gobierno espiritual. Luego nos interpela a ser audaces en esta fe y deshacernos de todo aquello que consideramos nuestro “tesoro” y ayudar al prójimo, dar limosna, servir. Háganse carteras y billeteras que no se gastan, que nunca se terminan, que no pueden ser robadas ni apolilladas. No hagan tesoro en los bancos de este mundo, dice él, sino en los cielos. Optar por Jesucristo como Maestro, Salvador y Señor; optar por el Reino de Dios y vivir el Evangelio, es el más grande salto que una persona puede hacer en esta vida. Quienes hemos tomado esta opción somos eternamente felices porque Dios está con nosotros. Es el verdadero “salto cuántico”.

LA VERDADERA GLORIA.


 
Buscar los aplausos, el ser elogiado y salir en la página social, tiene su pago y es la vanagloria, un éxito hueco que consiste en el ser admirado. Esto sólo trae vanidad y orgullo, sentirse muy especial figurando en forma destacada entre la gente. Pero ¡ay! cuando se cae, cuando el hombre o la mujer dejan de ser famosos, cae en el descrédito y luego en el más absoluto anonimato.
No busquemos la propia gloria sino que sea levantado el nombre de Jesús para que otros se salven de las tinieblas del egoísmo y la vanidad humana.
Es bueno el éxito, pero demasiado es desagradable, apesta. Bien dice el escritor de Proverbios "comer miel no es bueno" y luego agrega "ni el buscar la propia gloria es gloria". Porque es un engaño de sí mismo pensar que la fama entre los hombres es la gloria. No, esto es vana - gloria. La verdadera gloria es nuestra salvación.
Este proverbio debería tenerlo en cuenta todo artista, todo hombre o mujer que camina hacia el éxito en la política, en la ciencia o el deporte. Es una voz de alerta que nos envía nuestro Señor y Maestro: “Comer mucha miel no es bueno, Ni el buscar la propia gloria es gloria.” (Proverbios 25:27)

EL YUGO FÁCIL.


 
El yugo de Jesús es fácil, consiste tan sólo en ser el buey humilde que le reconoce a Él como guía, Señor y compañero ideal, pues el Maestro pasó muchas desventuras, rechazo e incomprensión. También Él fue puesto a prueba y tentado, pero jamás flaqueó ni cedió ante el pecado.
Junto a nosotros va Cristo tirando la misma carga. Esta carga, que son las enfermedades y pecados del mundo, los problemas de la vida y del ser humano. Pese a ser tan pesada, para el verdadero discípulo es muy ligera.
Nótese que en esa carga va también tu propio fardo de debilidades, pecados, culpas, heridas, traumas y complejos. Pero, repito, no estás solo ni abandonado. Jesús es tu compañero ¡Ánimo!
"Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. / Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; / porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga." (San Mateo 11:28-30)

lunes, 16 de febrero de 2015

LO QUE NOS CONTAMINA.



No es malo disfrutar la vida, puesto que Dios nos hizo de carne y hueso, con capacidades de gozar lo que comemos, bebemos, tocamos, en fin lo que hacemos con nuestros cuerpos. Si él odiara eso no nos habría dado un cuerpo y seríamos sólo espíritu. No es pecado disfrutar una buena película, una obra de arte, una novela interesante. Dios no nos habría equipado con una mente capaz de disfrutar la belleza del lenguaje, la visión o el oído. Incluso en los cielos hay música, coros, instrumentos celestiales, como lo revela la Escritura Sagrada. ¿Quién dijo que el baile es pecado? Las parejas jóvenes disfrutan del baile, del movimiento corporal; y se puede llevar a un nivel artístico como es la danza, el ballet.
Sin embargo algunos creyentes satanizan todo lo que sale de la esfera de las actividades religiosas, lo que no sea orar, cantar himnos cristianos y leer la Biblia. Así dividen el gozo de la vida en dos: el disfrute mundano y el disfrute divino, considerando aceptable sólo al primero. Esto es un grave mal que viven algunas iglesias, es la actitud farisea que el Maestro muchas veces criticó, llamándola hipocresía.
El religioso fariseo se considera a sí mismo santo y puro, y desprecia a los demás como “pecadores” contaminados con el mundo. Dos cosas muy negativas provoca esta actitud: el orgullo del que se cree superior, siendo tan pecador como el resto; y el descrédito del mensaje de Jesús entre los que no participan en una iglesia. Por eso muchas veces se habla mal de los cristianos como personas falsas, hipócritas o fanáticas.
El verdadero pecado no es el bailar, comer o beber, ni tan siquiera vestir; el verdadero pecado no es una cuestión externa sino un impulso que mana del interior del ser humano, para hacer lo malo. El Maestro enseñó que no es lo de afuera lo que contamina sino que del interior “19... del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. / 20 Estas cosas son las que contaminan al hombre...” (San Mateo 15:19,20) Necesitamos limpiar el corazón.

domingo, 15 de febrero de 2015

SIETE PARÁBOLAS.


 
El Maestro a veces utilizaba las “parábolas” como técnica de enseñanza. La parábola es una narración breve con elementos sencillos, al alcance de todos, pero que encierran una verdad espiritual. A pesar de utilizar cosas y situaciones tan cercanas a sus auditores, como la pesca, la siembra, el trabajo, el dinero, etc.; no todos lograban captar su significado. Sus discípulos, cuando estaban a solas con él, le consultaban y pedían que les explicara el significado y él, con amor y paciencia se las exponía.
Usted puede leer en un capítulo del Evangelio siete hermosas parábolas: la parábola del sembrador, la parábola del trigo y la cizaña, la parábola de la semilla de mostaza, la parábola de la levadura, el tesoro escondido, la perla de gran precio y la red. Algunas incluyen la explicación que Jesús dio a sus discípulos.
En aquella época, los maestros y filósofos reunían a un grupo de discípulos y les enseñaban sus verdades. Es lo que muchos han llamado doctrina “esotérica”, es decir oculta o misteriosa. Algo similar hizo Jesús. Comunicó su enseñanza oralmente a los discípulos, a veces en forma de parábolas, y sólo para que la entendieran los que estaban espiritualmente preparados o maduros para asumirla. Un día sus discípulos le preguntaron: “... ¿Por qué les hablas por parábolas? / El respondiendo, les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado.” (San Mateo 13:10,11)
Las cuatro primeras parábolas de este capítulo las contó al aire libre, junto al mar, a mucha gente en la playa, desde una barca. Son parábolas “exotéricas”, es decir que tratan el aspecto externo del Evangelio, la transmisión de la palabra de Dios y su efecto en las personas.
En cambio las tres últimas las cuenta sólo a sus discípulos dentro de la casa. Son parábolas “esotéricas” en el sentido que tratan sobre asuntos escondidos. Presentan el Evangelio como algo oculto y muy valioso, más la consecuencia fatal de desoírlo. Le invito a leer estas parábolas en el capítulo 13 del Evangelio de Mateo.

miércoles, 11 de febrero de 2015

SANAR DE UN ABUSO.




¿Cómo superar el trauma de haber sido abusado/a sexualmente en la infancia? Este es uno de los problemas más graves que puede sufrir una persona. La mayoría de las veces el niño o joven no lo comunica a sus padres u otras personas mayores, por miedo y vergüenza. Tal vez ha sido amenazado por el abusador o siente la culpa de haber permitido la situación. Muchas veces el niño desconoce que aquello que ha hecho con un adulto es algo malo y el sentimiento de suciedad y culpa surge después, cuando tiene mayor discernimiento moral.
Estas personas arrastran su problema durante años, hasta que se ven enfrentados a relaciones sentimentales que no pueden consumar sexualmente porque les estorba el recuerdo y la culpa. Asocian sexo a suciedad, depravación y se sienten inmundos o incapaces de tener una relación normal. Otros dudan de su condición de hombre o mujer y creen sentir atracción por el mismo sexo, sin ser homosexuales.
Ayudar a superar estos traumas no es fácil. Deben ser asistidos por profesionales que les lleven a enfrentar sus recuerdos, sacar la rabia, el miedo y la vergüenza, pero sobre todo la culpa. Sólo así podrán establecer relaciones felices con su pareja y transmitir a sus hijos una idea sana de la sexualidad como también implementar en ellos actitudes preventivas contra el abuso.
La comunidad cristiana puede jugar un papel importante en la sanidad interior de estas personas, dándoles a conocer el perdón de Dios. Nuestro Creador desea que experimentemos completa sanidad de nuestra alma o psique. La confesión de pecados y culpas a una persona espiritualmente madura, un ministro o líder que tenga la suficiente apertura mental y misericordia para escuchar sin sancionar, es altamente positivo. La fe en un Dios que nos ama y que quiere restaurar las vidas dañadas, es muy sanadora. El apóstol Santiago enseña algo muy práctico que puede ayudarnos a enfrentar mejor este problema: “¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas. / ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. / Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. / Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.” (Santiago 5:13-16)

martes, 10 de febrero de 2015

BUSCANDO PAZ.

 
En los años 60 se vivió entre los jóvenes la llamada “revolución de las flores” cuyo lema era paz y amor. Aquella generación rechazó la guerra y toda expresión de violencia. Uno de sus más altos ideales era la paz mundial, que la tierra fuera un planeta en completa armonía y entendimiento. El símbolo de la paz aún lo vemos dibujado en los muros de la ciudad. Representa la huella que deja una pata de paloma sobre la arena, pues universalmente se identifica a esta avecilla con la paz.
Aún la humanidad no ha conquistado la paz y continuamos “resolviendo” nuestros problemas internacionales con guerras y tratando de imponer a otros nuestras ideas revolucionarias por medio del derramamiento de sangre. La historia de Caín y Abel vuelve a repetirse una y otra vez cuando los hermanos se odian, agreden y asesinan. Sin justicia en este mundo jamás podrá haber paz, pues la paz es fruto de la justicia.
A nivel individual, en nuestras relaciones interpersonales, solemos actuar igual: no perdonamos, guardamos rencor, odiamos, declaramos la enemistad y la guerra. No terminamos de aprender y aplicar la enseñanza de Jesús: “Amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos.” (San Lucas 6:35) En realidad no perdonamos sino que cobramos “ojo por ojo y diente por diente”.
 
Si practicamos esta filosofía en nuestras relaciones humanas, también la aplicamos a nuestra relación con Dios. Pensamos que Él nos cobra por todas nuestras malas acciones, malos pensamientos y malos sentimientos. Por tanto tratamos de hacer cosas que quiten esta culpa de la conciencia. Pero Dios piensa muy distinto. Él ha tomado el sacrificio de Cristo en la cruz como el sacrificio definitivo de la Humanidad y nos perdona toda culpa por el sólo hecho de creer en Jesús. Considera justa a toda persona que tenga fe en Él: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1)
 
En términos espirituales, la paz es consecuencia de la fe. Quien ha sido perdonado por Dios, goza de completa paz interior y puede construir relaciones de paz con su prójimo.

domingo, 8 de febrero de 2015

ILUMINACIONES.


 
La historia de las religiones registra experiencias espirituales sorprendentes, conversiones y cambios profundos en personas que, marcadas por una vivencia extraordinaria, cambiaron su modo de ver la vida. Casos como el de Agustín de Hipona, quien en un jardín de la Edad Media escuchó la voz de un niño repitiendo una y otra vez “toma y lee”. Abrió el libro sagrado y allí encontró la respuesta a todas sus inquietudes. De una vida disipada pasó a ser un cristiano de vida casta y ascética.
En la India, 500 años antes de Cristo, el joven Sidarta Gautama, después de abandonar la vida fácil del palacio real, condolido con la miseria y el sufrimiento del pueblo, quiso averiguar el sentido de todo ello, hasta que encontró la iluminación bajo una higuera y se convirtió en el Buda del oriente, es decir “el iluminado”.
En el antiguo Egipto, el faraón Amenhotep había recibido la revelación de una sola deidad. Cambió su nombre por el de Akenatón, “el servidor de Atón”. Convertido al dios sol o Atón, que con su calor daba vida a hombres y animales, inició una profunda reforma monoteísta.
Vivir una experiencia personal sobrenatural con Dios es el necesario inicio para una verdadera conversión. Necesitamos estar preparados para ese evento extraordinario que transformará totalmente nuestro modo de ver la vida.
El Maestro dice: “... Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. / Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” (San Lucas 11:9,10)

jueves, 5 de febrero de 2015

TU MAESTRO.


 
¿Quién es tu Maestro? No te estoy hablando de un profesor de escuela o de un obrero experto en un oficio, como un maestro de gasfitería o de cocina, sino de un guía espiritual. Me refiero a ese ser que tiene la capacidad para examinar en tus profundidades y descubrirte quien eres verdaderamente; aquél que puede dar respuesta a tus mayores preocupaciones; ese que conoce el sentido de la existencia y cuál es el camino a la completa realización. Algunos lo llaman gurú, que significa maestro de sabiduría. “Gu” es oscuridad y “ru” es luz, por tanto un gurú o maestro es el que nos lleva de la oscuridad a la luz.
El término hebreo es “rabí”, como los discípulos llamaban a Jesús. Pero él les decía: “Vosotros no queráis que os llamen rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos.” (San Mateo 23:8) Cierta vez un hombre importante de los judíos vino a visitarle de noche, para no ser visto, y le dijo: “Rabí, sabemos que has venido de Dios como Maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.” (San Juan 3:2) El verdadero Maestro obra con señales sobrenaturales. Jesús dio vista a ciegos, sanó a leprosos, hizo andar a los cojos, multiplicó panes y peces dando de comer a multitudes, detuvo una tormenta, en fin resucitó muertos y él mismo volvió a la vida después de tres días en el sepulcro. ¿No es acaso un verdadero Maestro?
La doctrina del Maestro es la práctica del amor en todas sus dimensiones: personal, social y sobrenatural; es decir amor a ti mismo/a, amor al prójimo y amor a Dios. Jesús es el resplandor de la gloria de Dios, (Hebreos 1:3) una luz infinita que ilumina a toda la Humanidad. No sólo es Maestro de Occidente, también lo es de Oriente. Tú puedes hacer de él tu Maestro como lo hicieron sus discípulos cuando él estuvo en Galilea, sencillamente siguiéndole. Habla con Jesús y cuéntale que quieres ser su discípulo/a. Él te indicará lo que debes hacer.
Y les dijo Jesús: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres. / Y dejando luego sus redes, le siguieron.” (San Marcos 1:17,18)

miércoles, 4 de febrero de 2015

LA FAMILIA DE DIOS.


 
La Iglesia debiera vivir en la gracia y no en la ley. Jesús no vino a presentarnos un juez sino a un Padre. Por eso cuando enseñó a orar a sus discípulos les dijo que le llamaran “Padre nuestro que estás en los cielos”. Todas sus enseñanzas mostraron a Dios como un padre amoroso, que perdona los errores del hijo, que da una segunda oportunidad, que lo deja en libertad de escoger, que no lo condena sino que lo salva de la condenación.
Donde mejor se vive la gracia es en el hogar. Una mamá enseña con ternura a sus hijos ciertas tareas del hogar; al ayudar a un necesitado es un ejemplo para sus niños que le están viendo; se duele cuando el pequeño se cae y lo asiste con cuidados y medicinas; se preocupa si uno de sus hijos permanece silencioso y triste, lo aborda con amor, como lo hace Dios con nosotros. El papá acompaña a su mujer durante el parto, para sufrir junto a ella el dolor de dar a luz y gozar con ella el ingreso de una nueva vida a la familia; ayuda en las tareas del hogar, aunque esté cansado, siendo modelo para sus hijos varones; aconseja, lee un cuento a sus pequeños antes de ir a dormir y dice la última oración con ellos. Dios nos ama del mismo modo.
Cuando un hijo se porta mal, los padres le reprenden con amor, procuran hacerlo entrar en razón, le aconsejan y perdonan. Siempre habrá nuevas oportunidades para aprender y crecer. Jamás lo expulsarán de la familia, pues es parte de ella.
Casi no necesitamos más explicaciones sobre el amor y la gracia de Dios. Basta con mirar una familia en que todos se aman y respetan. Así mismo se debe conducir la Iglesia de Dios.

LA CORONA DE LOS VIEJOS.

 
Dice un proverbio “Corona de los viejos son los nietos, y la honra de los hijos, sus padres.” (Proverbios 17:6) Los abuelos son quienes mejor pueden entender y saborear esta verdad construida como un dístico, forma poética muy utilizada en la antigüedad. Son dos frases independientes, pero que se relacionan de algún modo.
Es indudable que una mamá o un papá se sentirán muy orgullosos de los logros de sus hijos. En cierto modo los padres se proyectan en ellos y desean que triunfen en la vida o que alcancen toda la felicidad posible. La mayoría quiere evitarles los dolores y esfuerzos que ha debido enfrentar en la vida. En cierto modo el éxito de un hijo es éxito de sus padres, de sus trabajos, de sus consejos y ayuda prestada a ellos durante su desarrollo.
 
Sin embargo no todos los hijos pueden disfrutar de padres vivos o cercanos. Muchos han crecido sin papá, en una institución o a cargo de familiares o personas que cumplieron la función paternal y maternal. Tal cosa genera sentimientos de soledad, a veces rebeldía, pero en todos, una gran fuerza de carácter para enfrentar los embates de la existencia.
 
También están las parejas que no lograron tener hijos. Pocos son los que lo hacen por libre decisión, la mayoría lamenta no haber sido padres. Algunos optan por la adopción, que es la mejor y más generosa determinación, ser padres de un niño huérfano o sin recursos. Así podrán saborear, cuando el pequeño crezca, la honra de la que habla el proverbio. Como en todas las cosas humanas, si esto no ocurre “la excepción confirma la regla”.

Ocupémonos ahora de la primera frase “Corona de los viejos son los nietos”. Por lo general se es abuelo a una edad un poco más avanzada. La tarea paternal ya se efectuó, se ha disfrutado de los logros –pocos o muchos- de los hijos y ahora llega el disfrute de los nietos. No descansa en los hombros del abuelo la obligación de alimentarlos ni la tarea de educarlos, sino tan sólo brindarles cariño y protección. La actitud del abuelito y la abuelita es de gozo y admiración por ese niño lleno de vitalidad, curioso y necesitado de cariño. Los abuelos no imponen disciplina sino más bien aman libremente a esas deliciosas criaturas en formación que son sus nietos. Si alguien quiere ver coronada su vida de alegría fresca y sana, tenga nietos. Si quiere llevar sobre sus canas una corona mejor que la de un rey, ame a los hijos de sus hijos.

lunes, 2 de febrero de 2015

HASTÍO DEL ALMA.

 
El aburrimiento es frecuente en la transición de la niñez a la juventud. Tal vez producto de los trastornos hormonales que vive el púber o porque comienza a despertar su mente a una búsqueda de sí mismo y del sentido de la vida. El joven se disgusta cuando percibe la hipocresía e inconsecuencia del adulto, llega a fastidiarle la sociedad y sólo desea huir de ella o cambiarla. Sin ese espíritu inconformista el mundo permanecería estático. Es el lado positivo del aburrimiento.
Pero no es sólo de niños y jóvenes el problema. Los adultos también a veces viven el tedio de un trabajo que no les agrada porque no es su vocación y no encuentran en él la realización personal que esperan. Un jefe autoritario e incomprensivo, un clima laboral tóxico generan un hastío que envenena el alma.
Otra cosa es el fastidio de una relación de pareja en que el amor se ha gastado y ha desaparecido el cariño, la comprensión, el buen trato, la paciencia; sea porque ambas personas persiguen fines distintos; porque los agobia una situación económica difícil; porque uno de ellos tiene una personalidad absorbente o sencillamente porque no hay madurez en la relación y no la cultivan dedicando más tiempo a conocerse, distraerse y divertirse.
Para quien experimente el aburrimiento, éste debiera ser una luz de alerta, sea en el matrimonio, el trabajo, la amistad, la vida espiritual, etc. Hubo en la Antigüedad un rey rico y poderoso que, a pesar de todos sus conocimientos, placeres y posesiones, escribió: “Aborrecí, por tanto, la vida, porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y aflicción de espíritu.” (Eclesiastés 2:17) Todo le resultó vano y sin sentido, si el destino del ser humano es morir.
 
Dedicado a investigar el misterio de la vida llegó a esta conclusión: “Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. / Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.” (Eclesiastés 3:10,11) Descubrir la eternidad en nuestro interior es clave para superar cualquier aburrimiento.