domingo, 29 de marzo de 2015

EL ÚLTIMO SACRIFICIO.

 
“El suplicio de la crucifixión consistía en colgar o clavar al condenado a muerte en un poste que llevaba un travesaño destinado a los brazos. Parece que lo inventaron los persas. Los romanos lo adoptaron, pero lo consideraban tan humillante y vergonzoso que jamás se aplicaba a ciudadanos romanos. Se reservaba para los esclavos, los insurrectos y los prisioneros de guerra de otras naciones, así como para los animales dañinos.” Jesús fue acusado de insurrección, de acuerdo a la ley romana, instigado por las autoridades judías, que veían en él un peligro para su religión.
 
Los romanos usaron este suplicio “con frecuencia tratándose de judíos, con los cuales llegaron a hacer crucifixiones en masa. Era una forma horrible de muerte. El crucificado quedaba abandonado a la intemperie, desangrándose hasta morir y expuesto a los quemantes rayos del sol. A la tortura de la dolorosa posición se unía el tormento de las heridas y sobre todo de la sed, que se agravaba con la pérdida de sangre y el sofocante calor.”
 
Una de las siete palabras que pronunció Jesús en la cruz fue “Tengo sed”. Así lo relata el Evangelio: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. / Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca. / Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.” (San Juan19:28-30)
Con estos hechos se cumplió lo profetizado por el rey David: “He sido derramado como aguas, Y todos mis huesos se descoyuntaron; Mi corazón fue como cera, Derritiéndose en medio de mis entrañas. / Como un tiesto se secó mi vigor, Y mi lengua se pegó a mi paladar, Y me has puesto en el polvo de la muerte. / Porque perros me han rodeado; Me ha cercado cuadrilla de malignos; Horadaron mis manos y mis pies. / Contar puedo todos mis huesos; Entre tanto, ellos me miran y me observan. / Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes.” (Salmos 22:14-18)
La muerte de Jesús fue el cumplimiento de muchas profecías del Antiguo Testamento. Dios hecho Hombre cumplió en sí mismo la condena que la Ley hacía recaer sobre los hombres. Todas las religiones de la Antigüedad, incluyendo las más primitivas, se basaban en un sistema de sacrificios humanos o de animales. El sacrificio es algo que está instalado en lo más profundo y primitivo de la mente del hombre. La crucifixión de Jesucristo fue el último y perfecto sacrificio. Ya no es necesario el derramamiento de sangre para ser aceptados por Dios. Jesucristo vino a poner término a esa forma cruel de relacionarnos con la divinidad, sacrificando su propia vida y estableciendo un Nuevo Pacto, basado en el amor y el perdón de Dios.

(Los textos explicativos sobre la crucifixión se han tomado del Glosario de la Biblia en versión popular “Dios Habla Hoy”)

viernes, 27 de marzo de 2015

RENOVACIÓN DEL PENSAMIENTO.


 
Cuando se es niño, los padres y adultos tienen todo ascendiente sobre nosotros. El niño ve con admiración y respeto a los grandes, aunque a veces con temor. Lo que el grande dice y piensa es lo correcto, hasta que cumple esa edad en que comienza a darse cuenta que se puede pensar diferente y que se es una persona distinta. Se percata de los errores y defectos del mundo adulto, y comienza a saborear la libertad de sentir, pensar y experimentar por sí mismo. Empieza a construirse una persona distinta de los demás. Lo más hermoso es que es única. No hay otro igual a ti ni a mí. Somos seres únicos e irrepetibles.
Desarrollamos un modo de ser, gustos personales, descubrimos cierta vocación, construimos pensamientos propios y los ponemos en práctica. Pero muchas veces chocamos con una realidad que es distinta a lo que pensamos y nos obstinamos en nuestros juicios, razonamientos, principios, “verdades”. Nos estructuramos llegando a ser personas un tanto rígidas frente a la vida que es rica, múltiple, diversa, flexible, cambiante en su fluir, dinámica, inasible...
Tal estado de cosas sólo trae sufrimiento. A veces hay crisis muy fuertes por causa de esta rigidez mental, esta incapacidad para adaptarse, transformarse, renovarse. El ser que no se replantea y renueva no podrá resistir los embates de la vida. El árbol que no se curva flexible ante el viento recio, se quebrará. Por eso el consejo divino dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Romanos 12:2)
Necesitamos vivir en una permanente renovación. Es hora que los cristianos renueven su modo de pensar y comprender la realidad. Hay muchos juicios que se hacen de la vida y la sociedad que son superficiales. Las formas y lo externo no es lo más importante, sino el fondo. Comprender la doctrina de Jesús en profundidad, la cual no es un dogma, nos llevará a ser más tolerantes, pacientes y amorosos con todos los distintos tipos de personas que convivimos en la sociedad. Comprender el propósito final del mensaje del Maestro nos hará más sensibles y comprensivos con nuestros hermanos y prójimos. Renovaremos nuestro modo de pensar y sentir, y como consecuencia seremos transformados en verdaderos “cristianos”.

jueves, 26 de marzo de 2015

MÚSICA PARA CELEBRAR.


 
En la parábola del hijo pródigo, aquel hijo que pidió a su padre que le adelantara la herencia, se hace mención de un arte que nos acompaña en todo momento. El mal hijo se marchó lejos y gastó todo su dinero en mujeres y vicios, hasta llegar a trabajar en una porqueriza y, con hambre, desear alimentarse de la comida de los cerdos. Arrepentido, vuelve a la casa de su padre, quien lo recibe con amor y le ofrece una fiesta: “su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas” (San Lucas 15:25)
La música, desde tiempos inmemoriales ha estado presente en la vida del ser humano: en toda celebración, en los ritos religiosos, en matrimonios, cumpleaños y exequias. No hay actividad humana en que la música no nos acompañe. Hoy en día la tecnología nos permite llevarla en nuestros oídos a cualquier lugar.
El padre del hijo pródigo quiso celebrar el regreso de su hijo y, además de vestirlo con traje nuevo y regalarle un bello anillo, llamó a todos los que estaban en casa para celebrar, comer una exquisita cena, cantar y bailar al son de la música. Este arte es capaz de reflejar con sonidos, ritmos y melodías, todo tipo de sentimientos. En este caso, expresaba la alegría del papá a quien le es devuelta una vida tan querida y la alegría del hijo que se siente perdonado y aceptado por su padre. Al hermano mayor no le agradó la decisión del padre y estuvo en desacuerdo con el alegre recibimiento. Permaneció fuera de la casa, lejos de la música y las danzas.
Esta bella historia de perdón, con música de fondo, nos muestra con claridad como nuestro Padre celestial se alegra con el regreso a casa de alguno de sus hijos, sin importar la gravedad de sus pecados. El Cielo y la Iglesia siempre celebrarán con música y danzas la conversión de las almas. Tal vez el hijo que jamás ha sido desleal con Dios, se moleste por esas expresiones y prefiera el silencio y la reprensión, mas el Padre le dice: “Era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.” (San Lucas 15:32)

lunes, 23 de marzo de 2015

ESENCIA DIVINA.



En perfumería una esencia es el extracto líquido concentrado de una sustancia aromática. La esencia de rosas, por ejemplo, encierra los olores más exquisitos de esta flor. Por extensión, esencia es aquello que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas; es lo más importante y característico de algo. Así podemos decir que la esencia de una persona es aquella característica o conjunto de cualidades que la definen. Entonces diremos que la esencia de un artista es la creatividad; la esencia de una maestra es el amor a los niños; la esencia de un juez es su fidelidad a la justicia; etc.
 
Del mismo modo podemos analizar una doctrina espiritual y preguntarnos por su esencia o verdad fundamental. Dicho esto ¿Cuál será la esencia del cristianismo? Algunos dirán que el amor, otros la fe, otros la salvación y no faltará quien diga que la esencia del cristianismo sean las buenas obras. Es indudable que todos estos conceptos están implícitos en la fe de Jesús.
El amor resume toda la Ley de Dios dice San Pablo y el mismo Señor consideró que los mandamientos principales son amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Pero también otras religiones creen en el amor, como por ejemplo el budismo que practica la compasión a todo ser vivo.
Sin fe es imposible agradar a Dios, enseña la carta a los Hebreos. Ser salvados por la fe en Jesús es una enseñanza bíblica. Sin embargo toda religión se basa en la fe, en aquella “certeza de lo que se espera y convicción de lo que no se ve”. Por tanto la fe no es un distintivo exclusivo de los cristianos.
La salvación es un concepto judeo-cristiano. Ser salvados de la muerte eterna, del castigo y la condenación. No llegar a ser un eterno extraño para Dios. Este es el mayor castigo para un cristiano, muy distinto a aquel anhelo de algunas doctrinas orientales de erradicar el deseo para suprimir el sufrimiento y trascender a un estado espiritual en que cesa el sufrimiento. He aquí un distintivo del cristianismo: buscar la permanencia junto a un Dios revelado como Persona.

Las buenas obras también se encuentran en otras religiones, en mayor o menor medida. Las obras que dicen relación con la vida devocional las tienen todas: oraciones, cantos, danzas, sacrificios, etc. Cada creencia posee sus formas de culto. Las obras de caridad o misericordia han pasado a ser casi un distintivo de gran parte de la cristiandad y caracteriza a la sociedad occidental, pero en definitiva ¿Son las buenas obras, la salvación, la fe, el amor u otro componente la esencia del cristianismo?
Hagamos el siguiente ejercicio: quitemos a Jesucristo, el fundador de nuestra fe, de cada uno de esos conceptos. Hagamos buenas obras sólo motivados por un “buen corazón” y no por servir a Jesucristo. Esto no sería cristianismo pues también lo hacen muchas organizaciones solidarias, sin Cristo. Busquemos la salvación a nuestro modo personal, prescindiendo de Jesús y obviamente no será cristianismo. Tengamos fe en cualquier ícono, cosa o dios que admiremos; puede ser un árbol, un animal, algún ángel, un objeto sagrado, alguna persona muerta, pero sin considerar a Jesucristo. Tampoco será cristianismo. Practiquemos el amor a todos y a todo  lo que está vivo, incluso a lo inanimado y hasta al mismo universo, aún llegando a adorarlo, pero sin la persona viva de Jesucristo. Por muy espiritual que pareciera nuestra posición, eso tampoco será cristianismo. Un cristianismo sin Cristo es imposible.
Concluimos que la esencia del Cristianismo es una Persona divina, aquél que dijo: Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. / Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.” (San Juan 15:4,5)

lunes, 16 de marzo de 2015

VUELO HACIA LA LIBERTAD.


 
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. / Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.” (Romanos 8:1,2)
Los cristianos somos liberados de la Ley que nos condena, esa Ley fue clavada en la cruz del monte Calvario, como dice la Escritura: “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, / anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, / y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” (Colosenses 2:13-15)
Hoy nos rige otra ley, la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús. La Ley antigua, que es la que utilizan muchas religiones, nos dice lo que debemos hacer para ser buenos y aceptables a Dios, nos da mandamientos que debemos cumplir. Y de inmediato nos amenaza diciéndonos que si no cumplimos esos mandatos, moriremos, estaremos muertos para Dios. La Ley antigua siempre implica castigo. Hay una dinámica que se da con estos elementos: Ley – culpa – castigo.
Necesitamos salir de este círculo que siempre nos condena. ¡Para eso vino Jesucristo! Para liberarnos de una Ley que nos condenaba y jamás ofreció salvación, la ley de Moisés, la “ley del pecado y de la muerte”. Del pecado porque siempre nos acusa que estamos cometiendo pecados. De la muerte porque siempre nos condena a muerte. En cambio Jesús al morir por nosotros y nuestros pecados para con Dios, nos libera para siempre de toda condenación. El trae una lógica nueva para el creyente: “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”. Es una nueva forma de relacionarnos con Dios, ya no por medio de una ley que nos acusa sino de una que nos da vida. La ley de Cristo es la ley de la libertad. Él pone Su Espíritu dentro de nosotros y ya no necesitamos andar pendientes de si cumplimos o no la Ley de Dios, sino que sencillamente dejamos que el Espíritu Santo fluya dentro de nosotros como un manantial de agua viva y descansamos en Su sabiduría.
Si subiéramos a lo alto de una montaña y nos lanzáremos al vacío, sin alas ni paracaídas, y moviéramos las manos imitando a las aves, no volaríamos como ellas y la ley de gravedad nos succionaría hacia la tierra con violencia. Moriríamos irremisiblemente. Pero si en la cumbre de esa montaña, tomáramos un avión o un helicóptero, sí podríamos volar porque estaríamos funcionando bajo otra ley, la de la aerodinámica, que explica el vuelo de objetos más pesados que el aire. El hecho que en este último caso funcione la ley de la aerodinámica, no significa que la ley de gravedad deje de existir. Del mismo modo, aún cuando para los cristianos funciona la “ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús”, para los no cristianos sigue vigente “la ley del pecado y de la muerte” que los acusa de pecado y condena a la muerte. ¿Bajo cuál ley desea vivir usted? 

jueves, 12 de marzo de 2015

RESISTENCIA DE MATERIAL.


 
¿Dejará de creer el creyente cuando pasa por dificultades? ¿Por qué Dios se llevó a mi padre, a mi madre, a esa gran amiga o amigo, a ese maestro o maestra, por qué me dejó sin su compañía, apoyo, ayuda...?
Quizás aguijonean tu mente algunas de estas preguntas. Hay cosas que no podemos comprender, otras que aunque las comprendamos desde un punto de vista religioso, no las aceptamos. De todas formas, intentaremos responderlas a la luz de la fe, aunque te embargue la tristeza y la nostalgia, y una lágrima ruede por tu mejilla. A mí también me sucede todo eso. Tener fe no nos exime de las dudas humanas y del dolor.
Cuando pasamos por dificultades podemos reaccionar con gran fuerza y sobreponernos si la fe que tenemos es mayor que el problema, pero la fe se prueba y hasta falla cuando los dolores son muy grandes. No creo que un verdadero creyente pierda la fe en Dios porque para él es una realidad. Lo qué sí puede suceder es que se enoje con Dios y quiera olvidarse de todo lo que es religión, cuando se vio enfrentado a una gran pena. La pérdida del cónyuge, una bancarrota económica, la cesantía, una catástrofe, etc. Podrían llevar a un cristiano a esa zona límite en que “pierda la fe”, la confianza en Dios, mas eso deriva de un intenso dolor sumado a la incomprensión del hecho. ¿Por qué a mí? Se pregunta. Y suele gritarle a Dios su desesperación. Al no encontrar respuesta porque su mente está embargada por el sufrimiento, decide cerrar la puerta al Señor. Necesario es decir que Dios no hace lo mismo, es el Padre comprensivo que nos asiste en silencio durante todo el tiempo que dura nuestro enojo. Jesús no rechazó a Pedro cuando éste le negó tres veces, más aún Él sabía que eso pasaría. Era sencillamente una prueba a su fe.
Este concepto de “probar la fe” es algo así como probar la resistencia de un cable para sostener determinado peso. En ingeniería y construcción se usa el término "resistencia de materiales". Pedro no resistió el dolor de ver a su Maestro escarnecido, azotado, débil; tampoco fue capaz de “jugársela” por él y mintió negando ser un seguidor suyo. Pero luego recapacitaría. La prueba es necesaria para crecer en fe. Dios no necesita probarnos pues Él ya sabe nuestra medida de fe; somos los cristianos los que requerimos ser probados para que nos enteremos de nuestra capacidad espiritual. Así como el músculo requiere ser sometido a exigencias para desarrollarse –lo saben bien los deportistas- los creyentes somos sometidos cada cierto tiempo a “ejercicios” fuertes.
Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, / sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. / Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.” (Santiago 1:2-4)

sábado, 7 de marzo de 2015

¿CÓMO ESTÁ TU VASO?


 
Hay un dicho en boga que dice “mira el lado lleno del vaso y no el lado vacío”. Tenemos un vaso de aquella bebida de tu agrado. Puede que seas una persona muy positiva, con una mirada siempre optimista de la vida; entonces miras el líquido que hay en el vaso y te sientes satisfecho. En cambio, si eres alguien pesimista con tendencia a encontrar siempre aquello que careces, te fijarás en el lado vacío del vaso, en lo que falta para que esté lleno.
Nunca tendremos la totalidad del amor que esperamos, la totalidad de la amistad, la perfecta belleza, el mejor trabajo, la más completa felicidad. La perfección es un ideal, en la tierra es sólo una fantasía. Las utopías son necesarias como paradigmas pero siempre ponen la vara tan alta que son inalcanzables.
Es mejor concentrarnos en lo que tenemos y dar gracias. Un buen ejercicio de optimismo es examinar nuestros logros en los tres planos más importantes: físico, intelectual y espiritual. De gracias por sus dotes físicas, no se fije en sus defectos o carencias sino en lo que Dios le ha dado como recurso corporal. Tal vez belleza, simpatía, fuerza, gracia, buena salud, habilidad manual, capacidad deportiva, etc. Si tiene una o más de estas condiciones, alégrese y no reclame por lo que no posee.
Luego de gracias por sus dotes intelectuales. La mente es el alma o psique. No se trata de ser un genio o superdotado, sino de poseer cierto tipo de inteligencia; algunos son buenos en el cálculo matemático, otros en el lenguaje, los hay buenos en la artes o en la ciencia. Es imposible que no tengamos algún desarrollo intelectual específico; de ello debemos alegrarnos y sentirnos muy bien. Evite compararse con otras personas, piense que usted es único. Dios hace personas distintas, no hay un ser humano igual a otro.
Por último, en este ejercicio de ver el lado lleno de su vaso y no el lado vacío, dé gracias porque usted tiene dentro de sí un ser intangible y desconocido, que es su esencia espiritual. Los seres humanos somos tripartitos como una fruta que tiene cáscara, carne y cuesco. Este último se esconde en lo más profundo del fruto. Así se esconde en usted el espíritu. Permítalo expresarse en su vida por medio de una vida espiritual. Aliméntelo con la fe. Un paso en desarrollar esa fe es ver su persona positivamente, mirar “el lado lleno de su vaso” como lo hacía el rey David cuando escribió “mi copa está rebosando” (Salmos 23:5)
 “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” (1 Tesalonicenses 5:23)

miércoles, 4 de marzo de 2015

¿AMOR O CONOCIMENTO?


 
¿Qué es más importante, el amor o el conocimiento? Esta es una vieja interrogante que divide a los teólogos entre místicos y racionales. Antes de seguir leyendo, piense usted en su propia respuesta.
Hablamos de la vida cristiana (sea católico, bautista, pentecostal, luterano, testigo, mormón, etc.) y su ejercicio. ¿Será más importante amar a Dios y al prójimo que conocer la Palabra de Dios y comprender el Evangelio? Para amar a Dios necesito conocerle y esto es imposible si no tengo el más mínimo conocimiento de la Biblia. La mayoría hemos recibido en nuestra infancia algunas enseñanzas básicas sobre el Padre Creador y Jesús, el Salvador. Todos los que vivimos en países de occidente escuchamos en Navidad la historia del nacimiento del Hijo de Dios y en Semana Santa vemos por televisión y en cines la representación de su martirio, muerte y resurrección. Es un conocimiento que nos conduce a la fe porque “...la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” (Romanos 10:17) Si no tuviéramos ese conocimiento no podríamos amar a Jesucristo. ¡Cuántos amaron a Jesús y decidieron seguirle después de ver “Jesucristo Superestrella” o “La Pasión” de Gibson! Otros lo aprendieron en el catecismo o la escuela dominical. Entonces, dirá usted, el conocimiento es más importante que el amor. Hay que estudiar la Palabra de Dios.
Así usted se propone estudiar la Biblia, aprender cada uno de los relatos, conocer los Evangelios que cuentan la vida y milagros de Jesús, leer las cartas de los apóstoles, memorizar los textos principales, interpretar sus enseñanzas y discutir con cristianos y no creyentes sobre estos hermosos conocimientos. Pero, cuando alguien toca a su puerta para pedirle ayuda, usted le dice: “Venga otro día porque ahora estoy muy ocupado estudiando las cosas de Dios”. Deja de compartir con la familia y los amigos que no creen en Dios porque debe “renunciar al mundo” y no juntarse con “pecadores”. Mas un día se topa con estos versículos: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? / Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, / y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? / Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.” (Santiago 2:14-17) Al momento reacciona y piensa que el amor es más importante que el conocimiento.
Pero, en verdad, amor y conocimiento se necesitan mutuamente, como un ser humano necesita corazón y cerebro. El corazón no funcionaría si el cerebro no diese la orden y el cerebro tampoco tendría vida si no lo irrigase la sangre que bombea el corazón. Como el cuerpo no puede funcionar sin la sangre, el cristiano necesita recibir y dar el amor de Dios; y tal como el cuerpo requiere de las órdenes del cerebro, el cristiano necesita tener un claro conocimiento de la Palabra de Dios.

domingo, 1 de marzo de 2015

LA MORALIDAD EN EL EVANGELIO.


 
A veces la religión se reduce a un montón de “lo que debes hacer” y si no lo haces estás mal. Religión y Moral se unieron en los tiempos de Moisés. La Religión tiene por propósito re-ligar, es decir volver a unir al ser humano con Dios. La Moral indica lo que es bueno o malo para una cultura determinada. La pregunta es si nuestra religión cristiana está más interesada en reconciliarnos con Dios o en que nos comportemos bien. Para responderla vamos a las enseñanzas de su fundador: Jesucristo. Nos limitaremos a revisar sus palabras en los cuatro Evangelios.
Examinando cuántas veces aparece la palabra “mal”, nos encontramos con 34 en el Evangelio de Mateo; 6 ocasiones en Marcos; 16 en Lucas; y 7 en Juan. En total la palabra “mal” en boca de Jesús, es registrada 63 veces.
Examinamos la estadística de la palabra “bien” en los Evangelios y resultó así: 4 veces en Mateo; 3 en Marcos; 5 en Lucas y sólo 1 vez en Juan. Total: 13.
Hasta aquí podríamos decir que se registran más las ocasiones en que el Maestro se refiere al mal actuar o mal pensar, 63 veces; contra las veces que se refiere a lo bueno: 13. En todo caso esto es apenas un esbozo, pues habría que revisar otras alocuciones como: bueno, malo, amor, pecado, en fin todos los términos que nos hablen de asuntos morales. No alcanzamos a responder en estas líneas la interrogante acerca de Religión y Moral en la doctrina de Jesús. Lo intentaremos más adelante. Como sea, es evidente que hay una preocupación por la moralidad en los escritos evangélicos.
De estos 76 (63 + 13) versículos morales escogimos algunos muy interesantes para reflexionar:
 “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (San Mateo 7:11)
“Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.” (San Mateo 15:19)
“La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas.” (San Lucas 11:34)
“No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.” (San Juan 17:15)
“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (San Mateo 5:44)
“Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo.” (San Lucas 6:33)
“Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos.” (Lucas 6:35)