“El suplicio de la crucifixión consistía en colgar o clavar
al condenado a muerte en un poste que llevaba un travesaño destinado a los
brazos. Parece que lo inventaron los persas. Los romanos lo adoptaron, pero lo
consideraban tan humillante y vergonzoso que jamás se aplicaba a ciudadanos
romanos. Se reservaba para los esclavos, los insurrectos y los prisioneros de
guerra de otras naciones, así como para los animales dañinos.” Jesús fue
acusado de insurrección, de acuerdo a la ley romana, instigado por las autoridades
judías, que veían en él un peligro para su religión.
Los romanos usaron este suplicio “con frecuencia tratándose
de judíos, con los cuales llegaron a hacer crucifixiones en masa. Era una forma
horrible de muerte. El crucificado quedaba abandonado a la intemperie,
desangrándose hasta morir y expuesto a los quemantes rayos del sol. A la
tortura de la dolorosa posición se unía el tormento de las heridas y sobre todo
de la sed, que se agravaba con la pérdida de sangre y el sofocante calor.”
Una de las siete palabras que pronunció Jesús en la cruz fue “Tengo
sed”. Así lo relata el Evangelio: “Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo
estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed. / Y estaba
allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una
esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca. / Cuando Jesús
hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza,
entregó el espíritu.” (San Juan19:28-30)
Con estos hechos se cumplió lo profetizado por el rey David: “He sido derramado como aguas, Y todos mis huesos se
descoyuntaron; Mi corazón fue como cera, Derritiéndose en medio de mis
entrañas. / Como un tiesto se secó mi vigor, Y mi lengua se pegó a mi
paladar, Y me has puesto en el polvo de la muerte. / Porque
perros me han rodeado; Me ha cercado cuadrilla de malignos; Horadaron mis manos
y mis pies. / Contar puedo todos mis huesos; Entre tanto, ellos me miran
y me observan. / Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes.” (Salmos 22:14-18)
La muerte de Jesús fue el cumplimiento de muchas profecías
del Antiguo Testamento. Dios hecho Hombre cumplió en sí mismo la condena que la
Ley hacía recaer sobre los hombres. Todas las religiones de la Antigüedad,
incluyendo las más primitivas, se basaban en un sistema de sacrificios humanos
o de animales. El sacrificio es algo que está instalado en lo más profundo y primitivo
de la mente del hombre. La crucifixión de Jesucristo fue el último y perfecto
sacrificio. Ya no es necesario el derramamiento de sangre para ser aceptados
por Dios. Jesucristo vino a poner término a esa forma cruel de relacionarnos
con la divinidad, sacrificando su propia vida y estableciendo un Nuevo Pacto, basado
en el amor y el perdón de Dios.
(Los textos explicativos sobre la crucifixión se han tomado del
Glosario de la Biblia en versión popular “Dios Habla Hoy”)