viernes, 24 de abril de 2015

LA BÚSQUEDA.


 
Toda persona busca de algún modo a Dios, una explicación de la vida y también de la muerte, el hecho más enigmático y violento de la existencia humana. La cultura popular, la magia y la ilusión del niño dan respuestas que no son del todo satisfactorias; la ciencia sale al paso y nos llena de dudas e hipótesis de lo que podría ser la verdad; entonces aparece la religión y sus certezas, razones aceptables sólo con un corazón lleno de fe.
Desde cierto punto de vista, la historia del Hombre es un relato de la búsqueda que él hace de Dios. Le busca en los cielos, en la profundidad de las cavernas, dentro de sí, en árboles y animales. Enciende fogatas por las noches y le danza, le canta, le hace sacrificios. Construye templos para el o los dioses que cree hallar. No hay ser más religioso que el humano. Aún, en esta era en que viaja a la luna y otros planetas, buscamos a Dios más allá de nuestras fronteras.
Esta búsqueda de Dios no es un capricho humano, sino que obedece a una carencia, a un vacío interno, a una pieza que nos falta del gran puzle del universo y la vida. Es la respuesta que ansiamos alcanzar, la contestación a una pregunta que nos ha perseguido desde los albores de la Historia: descubrir el sentido de la existencia, para qué estamos aquí, quiénes somos y hacia dónde vamos. Sólo el Creador puede responderla.
Él sembró en el alma del Hombre esa disposición a buscar e investigar, hasta encontrar la Verdad. No es una búsqueda vana, sino la más trascendente de todas las inquietudes humanas. Dios quiso que le buscásemos incesantemente, que nuestro espíritu clamara por Él y no descansáramos hasta encontrarlo y saciar por completo y definitivamente nuestra hambre y sed de infinito.

lunes, 13 de abril de 2015

UNA ÉTICA DE LA LIBERTAD.


 
El Señor, en griego Kyrios, que significa que es el dueño del universo, es el Espíritu creativo y sustentador del todo. Señor y Espíritu son una misma entidad. Donde Él se encuentre, allí habrá libertad ¡bendita palabra! ¿Cómo será posible que el poder que ordena y organiza el cosmos propicie la libertad?
Para los humanos es incomprensible que una autoridad fuerte sea a la vez amante de la libertad, porque nuestro pensamiento es que ambos conceptos no se llevan bien. Creemos que la libertad es ausencia de normas. Sin embargo en la naturaleza vemos actuar lo contrario. El Creador diseñó la genética de las rosas y ellas se desarrollan en multiplicidad de formas, tamaños y colores. Lo mismo pasa con los perros, los peces, las mariposas y todos los seres vivos, incluidos los humanos.
Es que la libertad se mueve bajo unos principios, que podrían explicarse así:
a)      Busca el propio bien. Una libertad que provoque la enfermedad, el deterioro y la muerte del individuo es una libertad negativa. 

b)      Beneficia a los demás. La buena libertad es aquella que significa un bien para otros. Se demuestra en el liderazgo de Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Martín Lutero, Helen Keller y por cierto, Jesús de Nazaret. 

c)      Respeta la libertad del otro. El filósofo francés Jean Paul Sartre dice "Mi libertad se termina donde empieza la de los demás". Una libertad que pasa a llevar los derechos del prójimo es muy negativa. Era la libertad que tenía la nobleza antes de la revolución francesa y la sociedad romana imperial, basada en la esclavitud. Cabe preguntarnos hoy qué tan positiva es la libertad de los ricos y poderosos.
“Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.” (2 Corintios 3:17)

sábado, 11 de abril de 2015

PARA ENCONTRAR LA SALVACIÓN.


 
Todos somos diferentes y tenemos necesidades distintas. Dios, conociendo esta realidad humana, llama a cada uno de acuerdo a esas diferencias, por caminos particulares. Una vez en el camino de Cristo, recibimos las explicaciones de la doctrina.
Ese llamado es lo que se denomina “salvación”. El alma se siente triste por razones personales o por el caos social, o sedienta de algo más profundo y real, hambrienta de respuestas o cariño verdadero, a veces decepcionada, atribulada, vacía, etc. Cada persona vive su propia soledad y necesidad espiritual, no comparable con otros. Hasta que Dios sale a su encuentro y lo salva de su condición.
Así, por los caminos polvorientos de Israel, Jesús se encontraba con el leproso despreciado por esa sociedad y lo limpiaba de su enfermedad, le devolvía su dignidad de ser humano y lo liberaba de todos sus traumas. O se detenía en un pozo a conversar con una pobre mujer de Samaria, le dedicaba tiempo para escucharla, no la condenaba por su religión ni por las decisiones que había tomado en su vida y la ayudaba a encontrar su equilibrio espiritual. O recibía por la noche a un maestro de la ley para responder sus preguntas y aceptaba atenderlo a escondidas para salvarlo de sus compañeros fariseos. Una y otra vez la ruta de Jesús es de perdón, comprensión, contención, ayuda, en fin amor. Eso es “salvar las almas”.
Salvarse va más allá de recitar una fórmula, cumplir un rito o cambiar en algo. Es tan simple como creer en Jesús y seguirlo. De lo demás se encargará Él.
si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. / Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.” (Romanos 10:9,10)

miércoles, 8 de abril de 2015

EL LLAMADO.


 
Todos los seres humanos somos diferentes, tenemos distintas procedencias familiares, hemos sido influenciados por el entorno cultural y social, hemos recibido educaciones diferentes y hemos vivido experiencias particulares. Esto sin contar los aspectos genéticos y hereditarios. Por lo tanto frente a la vida nos situamos con propósitos, sueños, deseos, pasiones, en fin esperanzas diversas. No podemos meter a todos en un mismo compartimento ni pensar que todos persiguen y esperan lo mismo de la vida. Habrá algunos cuyo mayor sueño será formar un hogar, criar hijos y rodearse de nietos; otros soñarán con ejercer aquella profesión que consideran la más bella; otros buscarán la fama o el dinero o sencillamente disfrutar la sensualidad de las cosas, bellos paisajes, bellas y entretenidas personas, bellos objetos...
De todo hay. Esto no debe sorprendernos, tampoco molestarnos, ni debe ser motivo de crítica al que tiene un propósito totalmente contrario al nuestro. ¿Se imagina un mundo en que todos piensen igual, sientan lo mismo y esperen lograr las mismas cosas? Indudablemente, aparte de ser un mundo aburrido, sería muy incompleto. Un buen circo no sólo tiene payasos, también trapecistas, magos y domadores de animales. Aunque el mundo no es un circo, es tan colorido y diverso como él.
La vida, así como está hecha, con esta gran diversidad de personajes, es el más bello y completo teatro. En el mundo cabe el científico y el artista, el político y el comerciante, el deportista y el obrero, el plomero y el escritor... También hay espacio para el ateo y el creyente, para el sacerdote, el rabino y el pastor, para el católico y el evangélico, el musulmán y el budista... Cuando pequeño cantaba esa canción que dice: “En el arca de Noé todos caben, todos caben. En el arca de Noé todos caben, yo también”.  En este mundo, como en aquella arca, hay espacio para todos, pero algunos viven como si el mundo fuera sólo para los que son como ellos y no aceptan al otro, que es distinto, no toleran a los que ellos consideran “raros”, “torpes” o “malos”. Los atacan verbalmente, los dejan fuera de la ley o los ignoran, los discriminan y los más violentos optan por matarlos.
Sin embargo todos, con sus características especiales, tienen necesidades, momentos de soledad, inquietudes espirituales, anhelos de amar y ser amados, deseos de ser acogidos, consolados, escuchados. Para todos, sin excepción, habló el Maestro: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. / Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; / porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” (San Mateo 11:28-30)
 

domingo, 5 de abril de 2015

VOLVER A LA VIDA.

La idea de resucitar a más de alguno le podría parecer repugnante. Un cadáver de uno o más días saliendo de la tumba, atravesando titubeante el cementerio, para dirigirse al lugar que siempre perteneció, el hogar donde se encuentra su querida familia. Y la reacción de sus seres queridos al ver a este muerto viviente. Parece una película de terror. Después del impacto emocional, las interrogantes y esa mezcla de miedo con alegría porque un amado aún vive; la vida tendrá que continuar. Un buen baño, cambiar de ropas y al comedor a alimentarse. ¡A compartir con la familia y amigos, a celebrar la vida! Todo esto habrá vivido Lázaro, el amigo de Jesús, a quien éste resucitó en Betania. Qué de preguntas le harían después: ¿Qué sentías o viste al otro lado? ¿Estuviste con nuestros antepasados? ¿Es muy desesperante morir? ¿Y cómo supiste que estabas “resucitando”?

A pesar que todos los días mueren personas por distintas causas, enfermedad, vejez o accidente, nunca terminamos de acostumbrarnos a la muerte. Cada vez que alguien muere, sobre todo si es un familiar o un amigo, lloramos, lamentamos la pérdida. Y siempre recordamos a nuestros difuntos. Los extrañamos y muchas veces quisiéramos que volvieran a la vida. Nos consuela que también nosotros marchamos hacia allá, ese oscuro foso o túnel de lo desconocido. Si tenemos fe nos sostiene la esperanza de una vida sobrenatural; si somos incrédulos, no creemos en la inmortalidad del alma ni cosa parecida y  sólo nos consuela saber que cesará el sufrimiento. Pero también cesarán el placer y las alegrías de la vida.
Nos hemos conformado pensando que la muerte es parte de la vida, que todo nace, vive y muere; que la muerte es sólo una transformación. Pero, a pesar de todas las lógicas razones que desarrollemos, la muerte no es una invitada agradable. Sólo un poeta santo como Francisco de Asís pudo tratarla de “hermana muerte”. El ser humano no está hecho para la muerte sino para la vida, pues es un ser trascendente. Así nos hizo el que no muere, el Eterno. Por eso era necesario que Jesucristo, Dios mismo hecho humano, después de morir resucitara. En verdad Jesucristo tuvo victoria sobre uno de los más grandes enemigos del ser humano: la muerte. La resurrección de Jesucristo es un grito de victoria sobre la muerte que nos propinó el mal. Cuando el ser humano desobedece a Dios, comienza su degradación, la cadena pecado – enfermedad – dolor – muerte. Pero el Hijo de Dios ha roto definitivamente esa cadena y nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. / Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.” (San Juan 11:25,26)
Tal vez usted o yo, pronto moriremos, pero si creemos en Jesús, el Salvador y Señor del universo, no moriremos eternamente sino que resucitaremos para eterna felicidad junto a Dios.

miércoles, 1 de abril de 2015

LA OBRA DE CRISTO EN LA CRUZ.


 
La muerte de cruz en tiempos del Imperio Romano, era un castigo cruel para el que delinquía. A veces el crucificado tardaba en morir días enteros. En el caso de Jesucristo, el maestro de Israel, su deceso fue relativamente rápido. Fue crucificado a las nueve de la mañana: “Era la hora tercera cuando le crucificaron.” (San Marcos 15:25) Murió a las tres de la tarde: “Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. / Y el sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad. / Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.” (San Lucas 23:44-46) Es decir estuvo colgado en la cruz por seis horas.
La Biblia dice que el seis es número de hombre. Pues bien, allí estuvo colgado, clavado de manos y pies, coronado de espinas, con el dolor de las yagas en todo su cuerpo por los azotes recibidos, bajo el quemante sol de esas tierras, el hombre Jesús, quien tomó sobre sí el castigo que nosotros merecíamos por nuestras desobediencias.
Hay quienes critican al Padre por haber permitido tanta crueldad sobre su Hijo Jesús. No se dan cuenta que ambos, junto al Espíritu Santo, son una sola unidad, Dios. Fue Dios mismo quien se hizo hombre y murió por nosotros. Lo hizo por propia determinación y amor por la Humanidad, para liberarnos definitivamente de todas nuestras esclavitudes: esclavitud de la culpa, esclavitud del pecado, esclavitud de la Ley, esclavitud de una religión de sacrificios.
El legado de la cruz es la completa libertad. Jesucristo anuló “el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz.” (Colosenses 2:14)